Friday, November 19, 2010

Escarabajos


Hay ausencias que matan.

Esa pared gigante que ha quedado vacía en la entrada de la biblioteca del Tribunal Supremo, es ahora locuaz testimonio de la infamia.

Si una se preguntaba cómo exactamente era que ocurría esa especie de milagro de que la opinión de un juez llegue a convertirse en la palabra que se respeta y se acata casi sin cuestionamientos, ahora nos tocará saber cuánto valor -si alguno- pierde esa palabra cuando su autor ha perdido legitimidad.

Ante la glotonería de dominio de unos gobernantes, terroríficamente respaldada por cuatro jueces supremos; incluso ante la pesarosa languidez del Juez Presidente que, contemplándose maniatado, se resigna y “pasa la página”, no puedo pensar en un acto simbólico más redentor que “el descuelgue de Martorell”.

Por esas justicias poéticas de las que sólo dispone el destino, la obra inmensa que descolgó el Maestro se titula ‘Escarabajo’. Me fue inevitable pensar en el enorme escarabajo en que se convierte el vendedor Gregorio Samsa, protagonista de La metamorfosis de Kafka. Lo más atroz de esa historia es la manera como el propio Gregorio y su familia se van habituando a su nueva condición, cómo se resignan a normalizar el movimiento repulsivo de sus decenas de patitas peludas, el manejo torpísimo de su nuevo caparazón.

Ese, me temo, es el gran peligro que tenemos ante nos con el Tribunal Supremo: hoy estamos espantados de ver cómo los apoderados de la justicia se han transformado en escarabajos enormes. Hoy somos reivindicados por Martorell, por su bello acto de descuelgue en el escenario de la infamia. Hoy damos sentido al mensaje tan perturbador que es el desierto de una pared.

No sé cuánto dure el vacío. Incomodará a los jueces el estruendoso silencio de ese testimonio. Ya pensarán en alguna otra obra que decore el escenario de la atrocidad.

Pero si mañana comenzamos a normalizar esta nueva condición de los apoderados: si empezamos a adjudicarle una absurda naturalidad a sus caparazones, a esa manera de moverse con decenas de patitas peludas, pegajosas, entonces corremos un gran riesgo: el de convertirnos también en horribles escarabajos y ni siquiera sorprendernos.

Sunday, November 7, 2010

Amor farmacológico para el desamor



La noticia -global, excesivamente entusiasta con sus titulares rosados- me dejó desconcertada: acaban de inventar una pastilla contra el desamor.

No contra la depresión, que es -en efecto- una patología. Al parecer, ese negocio ya está explotado. Ésta será contra el rastro natural del amor: ese delirio tortuoso que siempre había parecido un achaque inevitable de vivir.

Detrás de esta conspiración hay unos científicos austriacos que alegan que el desamor “pone en riesgo la seguridad, convirtiéndolo en una amenaza social”. No quiero ni saber la historia de estos señores. Seguro tienen sed de venganza por unos amores muy escabrosos. Es como único puedo explicar ese afán de destruir el indescifrable y viejo desamor de siempre. Imagino a estos austriacos muy taciturnos, sus miradas perdiéndose en un punto del laboratorio, cada uno tratando de conservar con ferocidad la poca concentración que deja la ansiedad del amor, sólo para mantener viva la posibilidad de su invento.

Se trata de una pastilla de serotonina, la sustancia neurotransmisora que provoca la sensación de amor. Se supone que, tan pronto como usted empiece a sentir los primeros rastros de melancolía después de una angustia romántica, se toma la pastilla, y esa sensación de desarraigo, casi de enfermedad, deberá dar paso a no sé qué: la felicidad química; acaso una extrañísima exaltación del abandono y la soledad. No lo explican lo austriacos.

Tal vez estamos regresando a la época clásica, cuando Hipócrates clasificó la melancolía como una enfermedad que consistía esencialmente de dos elementos que ahora sabemos atemporales: la tristeza y el miedo. Si se prolongan, es melancolía, sentenció.

A principios del siglo XX, Sigmund Freud sostuvo que la mayoría de las pérdidas amorosas se sufren mediante un duelo que no llega a instalarse en lo patológico. Porque, un buen día, se supera. Pero es dañino perturbar el proceso, subrayó.
Estuve muy indignada pensando cómo la farmacología asume cada vez más plasticidad; cómo una nimia pastilla puede amenazar con cambiar la vida.

Pero ahora sé que es un gran bluff. Esperemos a que el primer sufrido sea medicado. Bien empepado lo quiero ver cuando le llegue la hora de escuchar su primer bolero pos-dejada, vacía la primera copa.