Friday, April 15, 2011

473


El retiro de un deportista puede llegar a ser una estampa temible.

La jubilación es inevitable. El deporte es cruel. Todo en la vida mejora con la expansión mental que otorga el transcurrir del tiempo. Pero en el caso de los deportistas –y los bailarines, por ejemplo- cuando mejor comprensión tienen de lo que hacen, justo cuando han acumulado suficiente conocimiento para ejecutar el orden de las cosas, el cuerpo les expira. Es lo más despiadado del mundo.

Ahí entonces comienza la transmutación. Casi siempre inicia en el abdomen: de músculos tensos y angulares a barriga desparramada. Pero eso es sólo un indicio de algo que puede ser mucho peor. Han sido muchos los atletas retirados que no han encontrado inspiración sino en el consumo (de todo tipo), en la inercia y la remembranza.

Si algo tenemos que celebrar es esta certeza de que ese no será el caso de Carlitos Delgado, cuya jubilación del deporte profesional, lejos de llorar, hoy celebro. Aquí tenemos un hombre que elevó el béisbol. 473 es un número perfecto. Y bello. 500, una cifra redondeada y uniforme. Terminal.

Pero esos números no me dicen nada sobre algo que considero vital: esa entrega suya. Entrega en el terreno, entrega a un equipo, entrega a la pasión visceral y a la inteligencia que hay detrás del béisbol.

Aún así, hemos visto mucho más en él. Un amor genuino, inquieto, por su patria y por su gente más vulnerable. Un sentido muy bello, muy generoso de la justicia. Un atrevimiento mordaz. Valentía.

Delgado no puede controlar los designios de su cuerpo. Hoy celebro cada músculo suyo que fue capaz de poner al servicio de la pasión y de la inteligencia. Es y será uno de los más grandes del béisbol. Pero pasará a la historia como el hombre valiente que se negó a apoyar una guerra salvaje y se sentó cada vez que cantaban el sanguinario ‘God bless America’, y aguantó los abucheos en la soledad de los estadios más inmensos. Y el tiempo le dio la razón. Ese es el Carlos Delgado que ahora recobramos a tiempo completo. El de las causas justas, el de la nobleza inmensa, el de toda la ternura.

Friday, April 1, 2011

De dedos


Acepto que me reía porque pensaba que todas aquellas idioteces que decía la “Apóstol(a)” se debían a que estaba completamente loca. De atar.

Y en eso -zas- llegó la noticia: tres “jueces supremos” establecen que la Ley 54 no protege a una mujer adúltera. (Mj… ¿Ríli?)
El Juez Kolthoff manipula el texto de la Ley, adjudicándole intenciones inéditas. Lo hace de la manera más ilógica y desfachatada, con presunciones tan burdas y traídas por los pelos, que no son sino evidencia del código religioso (y fantasioso, como su Biblia) que pretende imponer.

El lenguaje de la Ley 54 no es un misterio. Incluye las “relaciones consensuales” con la clarísima intención de que toda pareja sea protegida. En ningún lugar condiciona su alcance al estado civil de la víctima.

En todo caso -digo, si es que el Juez Kolthoff quería ponerse creativo- lo más que podía cuestionarse es qué tiene que existir para que una relación sea consensual. Consensual sólo habla de un consenso. ¿Pero un consenso de qué? ¿De acción, de palabra o puede ser un consenso de fantasía? ¿Requiere intercambio de fluidos o una mediación de palabra puede ser suficiente? (el lengua(je) mata, como mismo puede contener todo el amor posible).

Y si -comprensiblemente- requiriera de ese intercambio húmedo, cabría preguntarse: ¿la saliva, viene siendo suficiente? Un dedo que se esparza feliz y libre por algún espacio escondido, irrestricto, ¿produce una relación consensual? ¿Cuán rápido? ¿A la entrada o a la salida?

Estos, a mi entender, son los únicos cuestionamientos válidos en torno al concepto de relación consensual. Lo demás está dado en la hermosa elasticidad del término.

La Ley 54 no necesitaba de enmiendas para proteger a las mujeres adúlteras. Lo que necesitamos en un Tribunal Supremo que no esté atado (ni de atar).

Y hablando de elasticidades, ahora que enmendarán la Ley, esperamos que incluyan expresamente a las parejas del mismo sexo. Porque lo que se dice el dedo -tanto el feliz como el irresuelto, el acusatorio como el delator, el torpe como el talentoso- no tiene identidad sexual. O -mejor dicho- las tiene todas. Y con todas a cuestas, campea por su respeto sobre todo cuerpo conocido y por conocer.