Saturday, November 12, 2011

Zencialización

Hoy puede ser un gran día para salir del clóset. Lo malo es que habrá quien se tire la misión suicida de querer convertirme.

No aguanto el positivismo zen que rebosa cada vez con una obstinación menos zen. Entre los neo-jipis-yogis-composteros wanna be-consumidores de te chino de las redes sociales, y la filosofía ‘Quién ha robado mi queso’ del empresariado y la política puertorriqueña, juro que empiezo a fantasear con mudarme a la Florida.

“Visualizo y atraigo la magia del universo a mi vida”, repiten con sus variaciones estos personajes para quienes cualquier cosa es posible si se visualiza y desea con suficiente intensidad. Gustan de regodearse en los conceptos de cuerpo, balance, armonía, aura, luz y -uno de los más problemáticos- la bendita paz.

Todo estaría muy bien si no fuera tan sospechosa la pretensión de ausencia de malestar, si no pareciera completamente esquizo el concepto de una paz exclusivamente interior. A lo mejor no leen los periódicos. Me cuesta creer que estén muy al tanto de la putrefacción en que vivimos.

El malestar es incómodo, provoca ansiedad, náusea, pensamientos homicidas. Pero sin él no hay empatía posible, acaso tampoco redención. La paz no es un estado personal y no puede existir sin un ejercicio de justicia.

Pero los peores son los segundos que mencioné: políticos y empresarios charros pero colmillús. Si vuelvo a escuchar que “la crisis es nuestra gran oportunidad”, ya no me mudaré a la Florida sino que me uniré a la comunidad espiritual del Dalai Lama. La última idea positivista que leí de un empresario puertorriqueño fue: “¡Si Disney puede hacerlo, nosotros también!”

El psicólogo español Edgar Cabanas, lo explica muy bien: “El pensamiento positivo crea ciudadanos dóciles, menos críticos. Identifica a los empleados con los valores de la empresa. Se aumenta la productividad al menor coste posible, y se lubrica la salida de los trabajadores”.

Creo que la felicidad tiene su propio proyecto, y llega en cualquier circunstancia, escurridiza pero fresca. La mía el otro día fue sencilla: un hombre llamado Flor llorando profundamente, de satisfacción y de incredulidad, besándose y abrazándose con sus compañeros celebrando una victoria. Una victoria en medio del malestar, contra todo pronóstico.