Friday, January 17, 2014

Patria


  

Es posible que, en el fondo, todo esto me doliera más porque era el día de Reyes. Y también porque es una crueldad saberse (y más que saberse, asumirse, con ese agravante de la aceptación) obsoleta, pasadísima de moda, una dinosauria en un mundo completamente nuevo.

Las niñas jugaban, hablándose entre ellas en un inglés que me sonaba casi perfecto. Como si no estuviéramos allí las dos adultas, se hablaban. La mía no se atreve a hablarme en inglés directamente. Y sin embargo, aquí estaba, expresándose con una soltura pasmosa, como si se hubiese hecho gente con el difícil. “Me voy, que ya me siento como en una mala película de Disney”, dije al aire, en un tono amenazante que no conmovió a nadie.

Entiendo algo de esta nueva práctica de niños y adultos de hablar inglés, especialmente en las redes sociales (casi siempre mal escrito). En medio de una conversación con una mentalidad en español, creo que el salpicón del inglés ayuda a atenuar el drama de nuestro vernáculo, por más que me duela admitirlo.

“Olvídate, nena, ésa ya la perdimos”, me dice resignada mi comadre mientras observamos la dinámica de las niñas. Ella, que es madre, sabe más de todo esto que yo, una simple tía. La miro como rogando una apelación, pero le leo en los ojos que está convencida.

Por poco me convence a mí también. Pero entonces, murió ayer el poeta argentino Juan Gelman. Vuelvo a pensar en las niñas, en la comadre, aquellas líneas bilingües cruzadas en noche de Reyes. Recuerdo cuando mi niña no hablaba. Observaba el mundo desde su cuna y, ante cualquier incomodidad, sólo podía llorar y gritar. Aprendiendo a nombrar el mundo en español, creció.

Entonces recuerdo también hace unos años, cuando cientos de personas fueron al Instituto Cervantes de Pekín a escuchar a Gelman. Olvídenlo. Seguiré siendo una dinosauria con esta perorata apasionada del español a cuestas. Y no me importa. Ni renunciaré a ello. Porque, allá en Pekín, cuando le preguntaron al poeta exiliado de la dictadura cuál era su patria, él no dudó un segundo: “Mi patria es mi lengua”.

Tuesday, January 14, 2014

La economía es una ciencia

Juan Gelman


En el decenio que siguió a la crisis
se notó la declinación del coeficiente de ternura
en todos los países considerados
o sea
tu país
mí país
los países que crecían entre tu alma y mi alma de repente
duraban un instante y antes de irse
o desaparecer
dejaban caer sábanas llenas de nuestros sexos que salían volando alrededor como perdices
quiere decir que cada vez que hicimos el amor dejábamos nuestros sexos allí?
y ellos seguían vivitos y coleando como perdices suavísimas?
qué raro
mirá que lavábamos las sábanas con subordinación y valor
para que los jugos de la noche pasada no inauguraran el pasado
y ningún pasado pusiera una oficina entre nosotros para ordenarnos el hoy
porque el alma amorosa es desordenada y perfecta
tiene mucha limpieza y lindura
se necesita todo un Dios para encerrarla
como le pasó a don francisco
que así pudo cruzar la agua fría de la muerte
es bien raro eso de nuestros sexos volando
pero recuerdo ahora que cada vez que yo entraba en tu sexo
y me bañaban tus espumas purísimas con impaciencia
y dulzura y valor
me parecía oir un pajarerío en el bosque de vos
como amor encendiendo otro amor
o más, es cierto que cada vez nuestros sexos resucitaban
y se ponían a dar vueltas entre ellos
como maripositas encandiladas por el fuego
y se querían morir de nuevo buscando incesantemente la libertad
y había un país entre la vida y la muerte
donde todo era consolación y hermosura
y no poseíamos nuestro corazón
y nuestros sexos se perdían como almas en la noche
y nunca más los volvíamos a ver
para entender
estudio los índices de la tasa de inversióún bruta
los índices de la productividad marginal de las inversiones
los índices de crecimiento del producto amoroso
otros índices que es aburrido hablar aquí
y no entiendo nada
la economía es bien curiosa
al pequeño ahorrista del alma lo engañan en wall street
los sueldos de la ternura son bajos
subsiste la injusticia en el mercado mundial del amor
el aprendiz está rodeado de nubes que parecen elefantes
eso no le da dicha ni desdicha
en medio de las razones
las redenciones
las resurrecciones
se lleva el alma a la nariz para sentir tus perjúmenes
estoy viendo volar los pajaritos que te salían del sexo
mejor dicho
de más allá todavía
de todo lo que valías
o brillabas
o eras
y dabas como jugos de la noche."

Wednesday, January 1, 2014

País




Descender. Poco a poco, salir de la espuma densa de las nubes y comenzar a atisbar una breve franja de esta costa. 

Hay algo en la geología de nuestro país que me resulta una de las imágenes más tiernas del mundo. Es algo más que la evidente hermosura. Si el trayecto incluye la mirada en picada de las montañas que, a distancia, parecen aterciopeladas, sinceramente me desarmo. Hay un pálpito ahí, un soplo; como decir la ternura de observar a un recién nacido. 

Cuando era pequeña, mi papá siempre decía que éste era el país más bello que él había visto en su vida. A mí siempre me pareció exagerada aquella sentencia, y se la adjudiqué a su amor desbordante por “la patria”. Ahora, sin embargo, me sorprendo creyendo lo mismo que él, a pesar de los países realmente despampanantes que he logrado ver. 

Sospecho que he descubierto la belleza de lo propio. Creo que no se nace “patriota”. Eso que desde pequeña te enseñan es “la patria” y a lo que yo llamo más naturalmente “mi país”, es algo que se ama con el tiempo, y a veces “no tanto por los vivos como por los muertos”, decía ayer mi hermano, creo que con razón. Parte de ese amor expansivo retoña -tal vez más de lo que una piensa- de la tierra misma donde devuelves a tus muertos. 

No es sencillo amar este lugar, que nos aboca fácilmente a la frustración y al resentimiento; una “patria” polarizada entre la indiferencia y el deseo, entre la inercia y la trascendencia. Un lugar que es muchos lugares rígidos, en cuya mayoría muchos de nosotros seguimos siendo casi lunáticos, gente “fuera de lugar”. 

Dice un personaje de Juan José Saer que “cuanto más rígidos son los principios del ambiente en el que viven, más sobresale la rareza de los lunáticos y más absurdos parecen sus dislates”. 

En el nuevo año no pido la unión de nada. Ni siquiera la de los lunáticos. Sí quisiera que esta belleza agreste, insólita que poseemos en cada orilla y en cada río, nos enseñe a ser cada vez más “absurdos”, más país para todos que paisaje de pocos.