Friday, August 21, 2015

Felicidad Nacional Bruta (FNB)


Nunca pensé que una lucha por el matrimonio como derecho iba a sacudirme así. Apoyaba apasionadamente el matrimonio igualitario como una causa de justicia pero jamás pude imaginar la emoción tan intensa, las lágrimas que me bebería y mucho menos la reivindicación que supondría para una institución maltrecha pero evidentemente viva.
Nunca pude creer febrilmente en las bondades del matrimonio. Pero -contrario a lo que muchos no creyentes piensan- creo que la equidad en el derecho al matrimonio puede transformar esa institución en una que responda mejor a las nuevas realidades de nuestras vidas y a la aceptación de esa naturaleza incierta, movediza y fascinante de los vínculos amorosos y las familias por elección.
Los relatos que más me han impactado son los de parejas que han vivido décadas de mesura afectiva, de explicaciones falsas, años y años de represión del amor. Amarse y no tocarse, no poder expresarlo abierta, libremente, es una atrocidad. El lenguaje del amor es el cuerpo. Se puede amar desde la distancia, incluso desde la imposibilidad, pero la ambición, la promesa del que ama es siempre la misma: atravesar un cuerpo, instalarse en un lugar que queda dentro de una piel. Estos relatos tremendos, casi inconcebibles para quienes hemos vivido en el privilegio sexual y afectivo, siempre me invocan ese poema de Nicolás Guillén: “morir de sed junto a la fuente”.
            Hay un neurólogo que habla del concepto de la Felicidad Nacional Bruta (FNB) como indicador alternativo al PIB. En Puerto Rico, estamos muy lejos de reconstruir la economía. Muchas veces he pensado que nuestra felicidad crece cada vez más a puerta cerrada, en el ámbito íntimo, en la familia, en la pareja, en la cama, en una terraza privada con lucecitas.

Aún en medio de esta crisis económica, con gobiernos cobardes, sin coherencia ni liderato, con menos acceso a servicios básicos, no me olvido de todo lo que falta para vivir en un país libre y justo. Pero tampoco dejo pasar la algarabía profunda, el aumento exponencial en el FNB, por una lucha hermosa que ya empezó a cambiar el mundo.

Monday, August 17, 2015

La noche




La mujer de la estación 27 la tiene conmigo. “Ya no te puedo atender”, me dice severa mientras yo –como las actrices que hacen de locas en las novelas- miro a todas partes como buscando una explicación en una bocanada de aire. De nada vale mi ruego, las justificaciones de mi atolondramiento. “¿Pero cómo pasó esto?”, le imploro. “¿Cómo se supone que yo sepa que es mi turno si no hay una señora gritando los números en medio de la sala de espera?”

La pantalla es clara, me dice. Aparecen los números y hay una señal. Llamé el suyo tres veces y usted no se apareció. Tiene que coger otro. “¿Cómo puede hacerme esto?”, vuelvo a preguntarle al aire. “Necesito conectar el preciado líquido”. La miro a los ojos.  El hombre que se dispone a atender quiere cederme el espacio pero ella –terminante- dice que ni lo piense. “Perdió su turno y debe morir”.

Todavía no tengo agua. No es culpa de ella. Será ‘el sistema’, ‘la burocracia’, los misterios oscuros del alcantarillado. Subo al techo cien veces. Cargo las dos mangueras más largas del mundo buscando una fuente, algo, que me ayude a llenar un pequeño tanque que, por lo bajo, se va vaciando. Grito ‘agua’ como un último deseo y encuentro un batallón de apoyo. El Realtor se dobla las mangas, el plomero diseña alternativas para la crisis, hasta el vecino llega al techo buscando respuestas viables.

Hemos sudado la gota gorda en este operativo kafkiano. Nos sentamos en el borde del precipicio, las piernas colgando en el aire. Degradan el crédito a chatarra, dice el Plomero. El Realtor se arranca la corbata pero con calma. Las mangueras cuelgan por los aleros esperando la llegada imposible del ‘preciado líquido’. Buscando respuestas, miro a estos hombres que buscan respuestas. Nadie sabe qué exactamente significa eso de la chatarra pero suena terrible. Hay un aire espeso, incógnita. Y como una esperanza muy fina, líquida. No puedo explicarlo.   

El Plomero rompe el aire. “Lo bueno de este apartamento, señora, es que usted se sienta aquí mismo pero con una cervecita y puede ver las estrellas”.