Friday, August 2, 2013

Estupor


 
No sé cómo ocurrió esto. Sé que cada día se vuelve más impositivo, más monumental y expansivo: el acto mediático como política.
¿Por qué anuncian tanto y nunca ocurren los cambios? Existirán las excepciones pero cada vez lo siento más: que todo cuanto ‘hacen’ nuestros  gobiernos es una puesta en escena, una existencia cada vez más mediática, más líquida; ficticia.  
Anhelo el fondo de las cosas. Saber que algo va a suceder. No niego que me emocione ver tanta gente buena reunida en un comité por la cultura; ni que aspiro a que mi país produzca energía renovable y se libere de la dependencia. El problema es que hay algo que impide que todas estas gestiones bien intencionadas a la larga cambien algo. Y es que las iniciativas de nuestros gobiernos están cada vez más diseñadas como actividades mediáticas donde el rostro, la figura excelsa, el discurso y la palabrosería componen ‘la cosa’, otorgan el supuesto significado.
Pero no hay relación entre el sistema de significado y el sistema de simulación, decía Baudrillard. Y también decía que vivíamos en un “estupor”. Eso. En ese estupor soy. A veces el discurso le queda bien al señor de turno. A veces la actividad es un éxito y el lema conmueve. Otras, le falta inteligencia, charm. ¿Y qué? El problema es que nuestra vida sigue igual, que hay que seguir resolviendo por cuentapropia, creando la felicidad privada porque el país ofrece poco. Que no hay un efecto entre estas puestas en escena y nuestras vidas porque no hay un plan para penetrar las estructuras baldías de este sistema ni una hoja de ruta inteligente y sostenible que conecte unos problemas con otros y provea verdaderas posibilidades para la ejecución.
La visita de Clinton, muy bien. Todo a la altura. Pero, en el fondo, hasta los que quedamos satisfechos con la función, apagamos la tele sabiendo que es un bluff, que ni remotamente tenemos estructura en la AEE para esto y que –en última instancia- la mejor evidencia de que tampoco hay voluntad política para ello es, precisamente, la perenne mediatización del acto de gobernar.














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