“Tal vez Francia no estaba
lista para una mujer presidenta”. Lo dijeron los reporteros de la BBC de
Londres y también los de Radio Francia cuando Ségolène Royal, candidata
socialista a la presidencia de esa nación, perdió las elecciones. Qué horror,
los cheches de la película expresándose como periodistas del Tercer mundo.
A ver: hay que estar “lista”
para elegir una mujer presidenta. Lista. Prepararse, jum, interesante. Sólo que
no entiendo. Es decir, ¿no es suficiente con el trauma que ya de por sí
provocan las elecciones en cualquier lugar del mundo? ¿También hay que estar
“lista” por si sale una mujer?
Si realmente existiera
alguna forma de “prepararse” para el evento espeluznante del sufragio, yo
querría hacerlo para afrontar el ruido, ese exceso tremendo de palabras,
jaiverías y, ante todo, las caravanas de fines de semana atravesadas hasta en
el último rincón de esta hermosa isla.
Donde quiera que ha habido
una mujer candidata se ha dicho la misma necedad y me pregunto: ¿Alguna vez
hemos estado preparados, listos para el superávit de testosterona que nos
inunda a diario y, por ende, también cada cuatro años? ¿Habremos de prepararnos
algún día para esas imágenes (violentas, desmesuradas) de los políticos
jamaqueando un poco sus cinturones para demostrar cuán hombrecitos son; para
ésas de las axilas ardientes filtradas en las camisas azul eléctrico, rojo
pasión, verde esperanza, inmortalizadas por el lente en pleno acto del abrazo?
Y para los manoseos seniles con las modelitos de turno en el programa de
televisión, ¿hay algún tipo de prevención?
Peor aún: ¿Habrá manera de
acondicionarnos a la macharranería orgullosa, al chistecito sexista aquí, a la
estupidez sin tregua acá, a la opinión puritanísima, hipocritísima, que nadie
le pidió?
A los
detractores de Ségolène Royal dentro de su propio partido les llaman los
Elefantes. Los Elefantes. Me encanta esa imagen como para no estar lista nunca
para ella.