Monday, August 19, 2013

Despampanante


Apenas se vislumbran luces desde la ventana del avión al arribar a La Habana. La electricidad no es símbolo de nada en esta ciudad. Y sin embargo, no hay más que adentrarse un poco en ella para empezar a evidenciar ese gran lugar común que gustan de compartir todas las revistas turísticas del mundo: “Aquí la vida palpita”.

Se ve en las calles encendidas, no de luces ni de automóviles, sino de gente. Gente que camina, gente que observa, gente que se besa y se toca y luego toma algo y espera una guagua o pide “botella” o juega el dominó en la cuadra o mira a los otros pasar, hacer.

Ese olor que defino como una mezcla de tabaco y salitre, te golpea desde que pones pie fuera del aeropuerto y ya no te abandona hasta que te vas.

El malecón de La Habana es una de las grandes maravillas del mundo. Supone un ritual muy sencillo pero tan revolucionario: caminar a lo largo, dejarse mojar un poco por la espuma de las olas que rompen, observar el horizonte, inhalar el salitre, sentir el sol fuerte contra los ojos, contra la frente y los labios. No se es nunca la misma persona después de andar por un malecón así.

Acá tenemos uno breve en la entrada de San Juan. Una orilla hermosísima por donde sólo pasan carros y apenas ocurren cosas. Dicen que algunos hombres aprovechan la invisibilidad del lugar para intercambiarse caricias y servicios. Es un lugar completamente subyacente, mientras el malecón cubano, como todos los malecones del mundo, es el vientre de la ciudad.

No es que Puerto Rico no palpite. En el fondo, ese también es nuestro gran encanto: aún poder hallar una riqueza simple sepultada en el fondo de tanto cemento y espanto. Pero nunca dejaré de clamar por un malecón para San Juan. Puedo tolerar muchas cosas de la historia y el devenir de este país. Pero jamás me repondré a que nos hayamos robado la vista al mar, que es nuestro aliento. Por no entrar en la furia de lo despampanante.

Wednesday, August 7, 2013

"El tiempo va a ser mío"



“El tiempo va a ser mío”. Me he quedado pensando en esa oración de Oscar López Rivera que inspiró la titulación de su entrevista antier en la portada de este periódico.

Algo muere y algo también nace en mí conociendo las cosas que pueden aferrar a un hombre a la vida, a la cordura, al amor y a la lealtad absoluta hacia su país. “El tiempo va a ser mío”. Parece que fuera una de las oraciones más tiernas y avasalladoras que he escuchado jamás. Pero sigo dándole vueltas, porque sé que hay algo ahí que yo no sé explicar; algo que se me escapa demasiado.

Entonces recuerdo. Es como una breve salida airosa, un consuelo ínfimo. Cuando no se comprenden las cosas de esta vida, una puede remontarse a algo que ya haya resuelto su propio misterio, cualquier fragmento de un pasado.

Mi padre siempre consolaba mi ansiedad extrema respecto al tiempo, diciéndome que este era “la medida de la vida”. Si no me equivoco, llegó también a decirme que Pitágoras explicaba el concepto del tiempo como “el alma de este mundo”.

Mucho tiempo después, supe de un hombre al que le “dolía una mujer en todo el cuerpo”. Borges. “Estar contigo o no estar contigo es la medida de mi tiempo”, dice en uno de sus poemas y yo volví a comprender fugazmente, en una mejor luz, esa noción del tiempo cuyo paso absoluto, siempre seguro, puede ser fatal y terrible, terminal. O, por el contrario, una salvación.

“El tiempo va a ser mío”, dice Oscar y yo me quedo con esa bala en la cabeza, con esa sentencia atravesada en el pecho. Lo dice como a quien ya no pueden quitarle absolutamente nada. No diré que lo dice un hombre libre porque no estoy para redundancias ni lugares comunes. Pero de que lo dice un hombre al que le sobra todo –amor, palabras, salud, ideas, convicción– de eso es que no tengo duda.

Sunday, August 4, 2013

Basura: la contraparte de las cosas



Debe ser una de las experiencias más estériles. Algo como una impotencia se impone cuando, corriendo y corriendo, se llega al final de esta tierra, como diciendo lo más lejos posible, y no queda más remedio que detenerse en una orilla de mar, mirar a lo lejos, respirar. Regresar a alguna parte.

Sé que agua y libertad están imbricadas. Que quien se acerca a una orilla siempre busca algo aunque no sepa dar cuenta de qué. Es lo primero que me intriga del acto de Nick y su ‘Basura’. En primer lugar, ese acudir a la orilla. Hay una certeza ahí. Nick sabe que allí hay cosas que pueden encontrarse. Pero esta ‘basura’ no me resulta cabal, rotundamente basura. No se trata necesariamente de desechos sino de cosas que se han dejado atrás: objetos perdidos, algunos intrascendentes, que nadie se volteó a procurar. Otros fueron objetos perdidos que alguien quiso o hubiese querido rescatar y no alcanzó a hacerlo.

Entonces, entre tantas cosas, ‘Basura’ se me alza como un mapa de lo que pudo ser y jamás sería (como todos los boleros del mundo) que fue revocado. Todo aquello que iba a no ser hasta encontrar historia, posibilidad, en este taller de artista.

De la basura apenas se habla ni se piensa. Y sin embargo, es un círculo perfecto ese del descarte, del desecho. ¿Existirá un objeto más trasnacional o actividad humana con mayor alcance, con más capacidad de rastreo, con semejante longevidad, independencia?

De nuevo, hay algo en esa búsqueda en la orilla del mar que no solo me conmueve sino que me hace sentir por quienes transitan entre esos cuerpos de agua. Vislumbro el acto creativo de Nick como la construcción de una nueva radiografía de la actividad humana entre las islas. De Fernand Braudel para acá y a partir de su fijación con el Mediterráneo, algunos estudiosos han sugerido los mares y los océanos como categorías de análisis histórico superiores a aquellos anclados en las estructuras de naciones-estado, por ejemplo, que tanto han imperado en los marcos teóricos. Según ellos, este acercamiento disuelve distinciones artificiales, a veces incluso absurdas, entre regiones supuestamente coherentes y ostensibles, llamando la atención sobre ciertas interacciones sistemáticas, sostenidas a largo plazo, que se llevan a cabo a través de diversos cuerpos de agua[1]. Jerry Bentley ofrece el ejemplo de la esclavitud, que se construyó sobre el escenario (¿acaso también una especie de denominador común?) del Océano Atlántico, protagonizado por tres continentes muy disímiles que crearon un triángulo de actividad, tráfico, relaciones, explotación, sobre el Atlántico (Europa, África, el Caribe).

La ‘Basura’ de Nick Quijano es como la contraparte de las cosas. Una huella. Esa especie de negativo de la actividad humana, o el rastro absolutamente inevitable del tráfico, no solo de la movida ultramarina sino también de nuestros movimientos interiores; los imperceptibles. En sus piezas leo las historias no sabidas de los migrantes del Caribe, la ansiedad contenida de alguien que llegó hasta la orilla y realmente deseó ir más allá; de los miles de transeúntes que prescindieron de una posibilidad.

Leo, en última instancia, mi propia futilidad, esa infecundidad que me otorgan estos arenales-orillas cada vez que llego a ellos en un acto supuestamente liberador, para luego regresar siempre a alguna parte.


Este artículo se publicó originalmente en la revista Cruce.

Notas:
Bentley, Jerry. Sea and Ocean Basins as Frameworks of Historical Analysis. Geographical Review, Vol. 89, No. 2, Oceans Connect (April, 1999) pp. 215-224.

Friday, August 2, 2013

Estupor


 
No sé cómo ocurrió esto. Sé que cada día se vuelve más impositivo, más monumental y expansivo: el acto mediático como política.
¿Por qué anuncian tanto y nunca ocurren los cambios? Existirán las excepciones pero cada vez lo siento más: que todo cuanto ‘hacen’ nuestros  gobiernos es una puesta en escena, una existencia cada vez más mediática, más líquida; ficticia.  
Anhelo el fondo de las cosas. Saber que algo va a suceder. No niego que me emocione ver tanta gente buena reunida en un comité por la cultura; ni que aspiro a que mi país produzca energía renovable y se libere de la dependencia. El problema es que hay algo que impide que todas estas gestiones bien intencionadas a la larga cambien algo. Y es que las iniciativas de nuestros gobiernos están cada vez más diseñadas como actividades mediáticas donde el rostro, la figura excelsa, el discurso y la palabrosería componen ‘la cosa’, otorgan el supuesto significado.
Pero no hay relación entre el sistema de significado y el sistema de simulación, decía Baudrillard. Y también decía que vivíamos en un “estupor”. Eso. En ese estupor soy. A veces el discurso le queda bien al señor de turno. A veces la actividad es un éxito y el lema conmueve. Otras, le falta inteligencia, charm. ¿Y qué? El problema es que nuestra vida sigue igual, que hay que seguir resolviendo por cuentapropia, creando la felicidad privada porque el país ofrece poco. Que no hay un efecto entre estas puestas en escena y nuestras vidas porque no hay un plan para penetrar las estructuras baldías de este sistema ni una hoja de ruta inteligente y sostenible que conecte unos problemas con otros y provea verdaderas posibilidades para la ejecución.
La visita de Clinton, muy bien. Todo a la altura. Pero, en el fondo, hasta los que quedamos satisfechos con la función, apagamos la tele sabiendo que es un bluff, que ni remotamente tenemos estructura en la AEE para esto y que –en última instancia- la mejor evidencia de que tampoco hay voluntad política para ello es, precisamente, la perenne mediatización del acto de gobernar.