Debe ser una de las experiencias más estériles. Algo como una impotencia se impone cuando, corriendo y corriendo, se llega al final de esta tierra, como diciendo lo más lejos posible, y no queda más remedio que detenerse en una orilla de mar, mirar a lo lejos, respirar. Regresar a alguna parte.
Sé que agua y libertad están imbricadas. Que quien se acerca a una orilla siempre busca algo aunque no sepa dar cuenta de qué. Es lo primero que me intriga del acto de Nick y su ‘Basura’. En primer lugar, ese acudir a la orilla. Hay una certeza ahí. Nick sabe que allí hay cosas que pueden encontrarse. Pero esta ‘basura’ no me resulta cabal, rotundamente basura. No se trata necesariamente de desechos sino de cosas que se han dejado atrás: objetos perdidos, algunos intrascendentes, que nadie se volteó a procurar. Otros fueron objetos perdidos que alguien quiso o hubiese querido rescatar y no alcanzó a hacerlo.
Entonces, entre tantas cosas, ‘Basura’ se me alza como un mapa de lo que pudo ser y jamás sería (como todos los boleros del mundo) que fue revocado. Todo aquello que iba a no ser hasta encontrar historia, posibilidad, en este taller de artista.
De la basura apenas se habla ni se piensa. Y sin embargo, es un círculo perfecto ese del descarte, del desecho. ¿Existirá un objeto más trasnacional o actividad humana con mayor alcance, con más capacidad de rastreo, con semejante longevidad, independencia?
De nuevo, hay algo en esa búsqueda en la orilla del mar que no solo me conmueve sino que me hace sentir por quienes transitan entre esos cuerpos de agua. Vislumbro el acto creativo de Nick como la construcción de una nueva radiografía de la actividad humana entre las islas. De Fernand Braudel para acá y a partir de su fijación con el Mediterráneo, algunos estudiosos han sugerido los mares y los océanos como categorías de análisis histórico superiores a aquellos anclados en las estructuras de naciones-estado, por ejemplo, que tanto han imperado en los marcos teóricos. Según ellos, este acercamiento disuelve distinciones artificiales, a veces incluso absurdas, entre regiones supuestamente coherentes y ostensibles, llamando la atención sobre ciertas interacciones sistemáticas, sostenidas a largo plazo, que se llevan a cabo a través de diversos cuerpos de agua[1]. Jerry Bentley ofrece el ejemplo de la esclavitud, que se construyó sobre el escenario (¿acaso también una especie de denominador común?) del Océano Atlántico, protagonizado por tres continentes muy disímiles que crearon un triángulo de actividad, tráfico, relaciones, explotación, sobre el Atlántico (Europa, África, el Caribe).
La ‘Basura’ de Nick Quijano es como la contraparte de las cosas. Una huella. Esa especie de negativo de la actividad humana, o el rastro absolutamente inevitable del tráfico, no solo de la movida ultramarina sino también de nuestros movimientos interiores; los imperceptibles. En sus piezas leo las historias no sabidas de los migrantes del Caribe, la ansiedad contenida de alguien que llegó hasta la orilla y realmente deseó ir más allá; de los miles de transeúntes que prescindieron de una posibilidad.
Leo, en última instancia, mi propia futilidad, esa infecundidad que me otorgan estos arenales-orillas cada vez que llego a ellos en un acto supuestamente liberador, para luego regresar siempre a alguna parte.
Este artículo se publicó originalmente en la revista Cruce.
Notas:
Bentley, Jerry. Sea and Ocean Basins as Frameworks of Historical Analysis. Geographical Review, Vol. 89, No. 2, Oceans Connect (April, 1999) pp. 215-224.
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