“¡Carajo!
-gritó-. Macondo está rodeado de agua por todas partes”.
He
tenido que releer algunos tramos de Cien años de soledad por estos días.
Hermoso como todo en ese libro es el episodio en el que José Arcadio Buendía descubre
que Macondo está muy cerca del mar al encontrarse con un galeón español abandonado
en medio de la tierra:
“Toda la
estructura parecía ocupar un ámbito propio, un espacio de soledad y de olvido,
vedado a los vicios del tiempo y a las costumbres de los pájaros. En el
interior, que los expedicionarios exploraron con un fervor sigiloso, no había
nada más que un apretado bosque de flores”.
La
primera reacción de José Arcadio al saberse aislado fue terrible. “Nunca
llegaremos a ninguna parte. Aquí nos hemos de pudrir en vida sin recibir los
beneficios de la ciencia”.
Así es
la sensación que tengo con esto de la privatización del aeropuerto. Una especie
de fatiga que me hace cuestionarme el sentido de libertad de todos los
implicados en esta transacción. ¿A quién se le ocurre entregar a quién sabe
quién su salida hacia el mundo?
Entonces
hay que escuchar a este nuevo “gobernador” decir todas estas bobadas sobre “nuestra
palabra” empeñada. Uno de los problemas que tiene AGP es que, como dice mi colega
Miguel Rodríguez Casellas, quiere parecer el padre de todos nosotros. De ahí su
tono condescendiente de hacendado enguayaberado. Y, sin embargo, da la fuerte impresión
de ser un niñito desaclimatado que solo pudiera gobernar el país como por
PlayStation. Constantemente me encuentro preguntándome: ¿tendrá alguna idea de
lo que hace?
Gobernador:
¿qué rayos es eso de nuestra palabra empeñada? ¿La de quién? Por mí ni se
preocupe, créame. Me importa mucho más preservar mi única salida al mundo que
quedar bien con una empresa de no sé qué.
El
galeón rosado está en su sala. Estamos rodeados de mar, si no lo sabía. En un
archipiélago que ni siquiera tiene control sobre sus fronteras, ¿no le da por
pensar que el aeropuerto tiene su centralidad?