Dirán que deliro. Y de pronto
sí. No me culpen. Bien estamos si solo deliramos. Pero hay algo que se me sigue
repitiendo. Y es que creo que hasta el más ingenuo que le haya dedicado alguna
reflexión a esta crisis económica tiene que haber pensado -así fuera fugaz,
ambiguamente- sobre una nueva posibilidad de independencia para Puerto Rico.
No lo digo exactamente yo. Me lo
dice algo que es otra cosa: esa especie de información sanguínea, linfática, radiográfica. No puede explicarse cabalmente
pero hay algo ahí -una estela en el pensamiento- que vuelve a traerme la idea
de la independencia política, no como ilusión sino como solución. Como única
salida decorosa a este nido de embrollos.
Todo el que le haya dedicado un
pensamiento a esta crisis tiene que saber que la colonia como (des)vida
política puertorriqueña, en efecto, colapsó, incluso antes de lo anticipado. La
vida artificial del ELA no duró más de un suspiro. El resto ha sido desvida.
El problema con la independencia
es que ni siquiera sus líderes parecen querer convencer a nadie de su
relevancia en el momento histórico de mayor pertinencia. Están muy ocupados convenciendo
a Venezuela, Cuba y Nicaragua. No los culpo. Eso les funcionó por mucho tiempo.
Han logrado más simpatías en la escena internacional que en la nacional.
Pero ahora que el elefante
rosado está en medio de la sala, que es cada vez más obvia la inviabilidad económica
y política de Puerto Rico como colonia. Ahora que la independencia es más
pertinente que nunca, ¿cuándo vamos a presentársela al País como una
alternativa real, posible, fructífera? ¿La haremos viable o seguiremos elevándola
a “isla doncella”, “flor cautiva”, izando una bandera cada 23 de septiembre en alimentación
de un exiguo imaginario patriótico?
Hay muchas formas de ser libre. Ante
la crisis, yo no podré liberar al país de sus deudas e infamias. Pero me
comprometo a no seguir permitiendo mi propia explotación. Vivir para vivir la independencia.