Violencia es una palabra que me suena demasiado blanda, hasta un tanto dulce, para nombrar el relato de Liza Rivera, esposa del representante Luis Farinacci. Violenta es la vida; un beso consentido puede ser violento; el tapón de Caguas a San Juan es de una violencia brutal. Los ataques que ha descrito esta mujer son de terrorismo interpersonal.
El debido proceso de ley en el que demasiados correligionarios de Farinacci se han amparado para evitar pronunciarse en su contra, está muy bien para los tribunales. En la vida real, lo que he visto es una declaración jurada dramática y contundente, que incluso establece que existen otros testigos de los actos relatados, lo cual -de ser cierto- sería terminal para la defensa del Legislador.
Él alega que nunca ha golpeado a su esposa y, hasta ahora, su único argumento de defensa es que fueron “una pareja tan públicamente perfecta, que en 2005 se ganaron el premio de la ‘pareja modelo y elegante’ de Ponce”. Eso me hace pensar en algo muy curioso. El conflicto del señor Farinacci se devela justo cuando un tribunal ha tenido que interceder para que el Municipio de San Juan respete los derechos de libre expresión de un grupo de mujeres que tres veces ha pintado un mural con el mensaje ‘Tod@s contra la violencia machista’. Tres veces también el Municipio ha borrado el mural, las últimas dos desacatando abiertamente la orden del Tribunal. Entonces, una no puede sino pensar que el mensaje -al igual que las mensajeras- les fastidia. Entorpecen esa imagen aséptica e hipócrita de familia y sociedad por la cual el Estado tiene especial debilidad, y que queda plasmada en esos telones enormes, grotescos por demás, con la foto de la familita “públicamente perfecta” que decora todo el exterior del Comité de Santini en Hato Rey.
No es sólo la hipocresía de borrar un mensaje educativo mientras, en otros escenarios, levantan sus cejas en señal de honda preocupación por la violencia de género. Es que se defienden diciendo que ellos tan sólo limpian los estorbos públicos, aún cuando -como denunciaron los abogados de las muralistas- el mayor estorbo público es de ellos.
Digo, por no decir que son ellos.
Saturday, August 21, 2010
Friday, August 6, 2010
Sobeida
Acepto que yo también tengo cierta fascinación por Sobeida. O más bien estoy obsesionada con el encantamiento que este personaje provoca en la República Dominicana. Desde que se escapó de allí hace casi un año, en un operativo soberbio que no dejó rastros, y ahora que se entregó en Puerto Rico y fue extraditada a la República, el pueblo dominicano se ha rendido a la obsesión por Sobeida, al punto de haberle hecho hasta un espontáneo recibimiento de pueblo en la cárcel donde fue recluida.
Obviamente ha habido polarización. El país parece haberse dividido en dos: los puros y los impuros.
Los primeros son los portadores del decoro dominicano, representados en las plumas de decenas de analistas que lamentan “profundamente” el estado de “descomposición social” que atraviesa el país y que se evidencia en el culto a Sobeida y su compañero, Junior Cápsula. Sostienen que la observación obsesiva de esta mujer es síntoma de una aceptación benévola de la violencia, la corrupción y la búsqueda del dinero fácil.
Pero a mí me ha interesado el otro grupo; el que sostiene que en el morbo por Sobeida -por su belleza y gracia, por su cuerpazo, por su cartera Louis Vuitton de 900 dólares con que llegó a la cárcel, por esa sonrisita sostenida que nadie sabe interpretar y por su historia de Cenicienta posmoderna- está recogida, no sólo una realidad sino toda una sabiduría dominicana. Dicen los ‘impuros’ que esa sociedad ha aprendido que no existen diferencias reales entre los políticos corruptos y los capos de la droga. Son igual de delincuentes. “Lo único que varía es el bando al que se pertenezca”.
Un grupo de cineastas jóvenes hizo un video cómico en el que buscaban a Sobeida en los sitios más insólitos con tal de ganarse el millón de pesos de recompensa que ofrecían por su paradero, con los cuales querían hacer una película. Me gustó su franqueza y nivel de introspección. Al final, cuando se dan por vencidos en su búsqueda, el joven director dice: “Tal vez lo único cierto es que, en este país, todo el mundo tiene una Sobeida que esconder”.
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