Esta
es la fórmula del patetismo dialéctico. Es cierto que es bastante tétrico que
la reportera no parezca reparar en la inmediata condición de idiotez que va
adquiriendo cuando juega a pasarnos gato por liebre. Como si todos acá, al otro
lado de la pantalla, fuésemos más idiotas que ella. Sin embargo, hay que ver
que en nuestro cautiverio, en la impotencia de ese lugar que ocupamos frente al
televisor, hay un patetismo tal vez incluso mayor.
La escena no sé cuántas veces repetida de la
reportera haciendo cobertura de los juegos de baloncesto del Pre mundial en el
restaurancito charro de cadena americana como si este fuera un lugar muy
legítimo donde ir a buscar impresiones de los fanáticos todos los días del
torneo, a mí es que me indigna. Es una gran tomadura de pelo pasar por noticia lo
que es un anuncio más. Me dice más del noticiero y de la boba que se presta
para hacer la supuesta ‘noticia’ que de la cadena de restaurantes de dudosa calidad.
“Integraciones”,
les llaman eufemísticamente a estos engaños masivos a los cuales ya se han
adherido hasta los periodistas más serios. Ni siquiera abogo por erradicar la
práctica de que el periodista activo se meta a vendedor de cuchillos, de
selladores de techo o peces de colores. Sólo pido que no se pretenda
engañarnos, empujarnos el buche mediático como si toda la información fuera una
misma cosa; indivisible. Que se nos informe clara y honestamente cuándo un
periodista está ejerciendo la función democrática, expresiva e indagadora de
informar y cuándo está sirviéndole de locutor a un cliente del medio. Esa línea
divisoria no puede ser imaginaria. Es responsabilidad del medio y también del
periodista marcarla. Ahí también reside la reserva moral de ese personaje en
quien se supone confiemos para algo más que para escoger la salsa con que nos
van a comer.
A falta de
pudor y respeto, hay que repetirse aquello que en Internet le adjudican a Tomás
Jefferson, tercer presidente de Estados Unidos de América: “The advertisement
is the most truthful part of a newspaper”.