La observación del mundo es una experiencia brutalmente esquiza. De un lado, su belleza extrema, todo lo que nos hace querer vivir para siempre: la magnificencia de los árboles y las estrellas; de las puestas de sol sobre el mar más increíble. El cariño y la imaginación desbocada de los niños; la dulzura y devoción del amor, la euforia de la creación.
Y al otro lado de la inmensidad, el espanto, creación de la Humanidad. Lo de Ferguson, Missouri, como lo de Ayotzinapa, México, han sido atrocidades de grandes dimensiones. Marcas de las que no quiero curarme jamás. Porque los actos tienen que tener consecuencias. Y si los Estados viven en un estado perenne de impunidad, nosotros, la gente, tenemos que hacerlos responsables. Por eso digo que no me curo. No paso la página. No olvido ni perdono.
He hecho un breve índice de las historias sobre Michael Brown y los 43 desaparecidos de Ayotzinapa. Vi incluso videos caseros del cuerpo del joven afroamericano tirado en medio de la calle; de los familiares de los 43 tratando de encontrar algún signo de sus muchachos. Estuve allí de cierta forma extraña.
Las últimas palabras de Brown (“I don’t have a gun. Stop shooting”) volvían a taladrarme mientras el fiscal, muy circunspecto él, un baboso de primera línea, daba la noticia de que Darren Wilson, el policía que asesinó a Brown, no sería juzgado. Es decir, que el Estado asesine a un adolescente negro desarmado no tiene consecuencias. Está permitido.
Supuestamente Wilson temió por su vida. A mí me importa un bledo. Lo dijo mucho mejor y antes que yo el juez Brandeis en Whitney v. California: “Fear of serious injury cannot alone justify suppression of free speech and assembly. Men feared witches and burned women...”.
(“El temor de daño grave no
puede por sí solo justificar la supresión de la libertad de expresión y de
reunión. Los hombres temían brujas y quemaron mujeres”).
No me curo. No paso la página. No olvido ni perdono. Pero de algo estoy segura: de la rabia florecimos. Y floreceremos.
No me curo. No paso la página. No olvido ni perdono. Pero de algo estoy segura: de la rabia florecimos. Y floreceremos.
(Foto por Andrés Deyá)
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