Thursday, October 15, 2015

Pegado en mi pecho



Últimamente, cada cierto tiempo, vuelvo a vaciar las pocas cajas que he mantenido conmigo a lo largo de varias mudanzas en los últimos años. Sigo empecinada en encontrar una foto olvidada, escondida, que pueda decirme algo nuevo sobre mi vida con mami.  

Tal vez una de las peores partes de la muerte a lo largo del tiempo sea esta eterna repetición. Pasan los años y no hay memorias nuevas. Sigues repitiendo el mismo ritual: ver las mismas fotos, rememorar las mismas palabras, imaginar las mismas escenas. Una y otra vez. De tanta repetición, la memoria se va volviendo un operativo obsesivo. 

Tal vez por eso a veces, contra toda razón, agarras el teléfono para llamarla. Aunque hayan pasado ya diez años y lo tengas muy claro y hayas aprendido a vivir con ello. Pues no. De repente un día agarras ese teléfono intuitivamente, le impones un dedo y, rápido, al instante, te das cuenta. Y cortas la comunicación. Y sabes que no puedes pegártelo al oído, que sería inútil. Pero te lo puedes pegar al pecho, puñeta. Aunque sea un cabrón segundo, al pecho. La soledad del mundo en tu pecho por un segundo. 

El otro día miraba a una chamaca de 27 años y me di cuenta de lo joven que era cuando perdí a mami. De la fugacidad. De la pesadísima valentía -la intrepidez- de atravesar cada día sin esa primera línea de defensa personal, sin esa guerrera, sin esa gestora de la locura. 

Diez, once años después, un día como hoy todavía soy apenas un pedacito de mujer, una niñita, un animalito frágil, tembloroso, ante el precipicio monumental de su pérdida; ante la violencia de una sola inexistencia. Pero eso también es una forma de honrar la vida.  

Sunday, October 4, 2015

Putrefacciones


Yo había trazado mi veredicto sobre esta mujer desde hacía años, cuando tuvo el descaro de organizarle aquel homenaje legislativo a la figura repulsiva de Julito Labatut, cuyos vínculos con el asesinato de Carlos Muñiz Varela ya conocíamos. 
Luego leí una entrevista suya donde hablaba zanganaces. Que imitaba a Iris Chacón y qué sé yo. Y nunca olvidé algo que contó: que tarde en las noches, cuando llega a su casa, se distrae “viendo unos pececitos ahí”. Lo ordinario de su expresión no me permitió hacerme una imagen cortazariana de aquella escena. Más bien pensé en esta novela sobre un salón de belleza todo decorado de peceras estrambóticas que luego se convierte en un moridero para enfermos. 
Las peceras siempre me han parecido de un mal gusto espantoso. Su destino siempre es el mismo: empiezan limpias, con unos cuantos peces coloridos y, al tiempo, lo que queda es un estanque de aguas verdes donde los peces, si no están flotando en espera que su último viaje inodoro abajo, se están comiendo los unos a los otros. 
Como ésa fue la escena con la que siempre relacioné a la tal JGo, no me extrañó su extraordinaria mezquindad del otro día, cuando se expresó en contra de la excarcelación de Oscar López. 
Una persona sabia y sensible sabe elegir sus batallas. Y no se metería con la única causa que ha unido al País en los últimos años: la libertad de un hombre heroico que ha cumplido 34 años de prisión, más que Lolita Lebrón, Rafael Cancel y Nelson Mandela. Un hombre que, como esta señora sabe, tiene una hija y una nieta con quienes nunca ha vivido, y un pueblo que ha manifestado su empatía y admiración más allá de las ideologías.
Ahora veo que esa escena decadente con que nunca pude evitar relacionar a esta mujer -un personaje nefasto, consumido a diario ante una pecera descompuesta- tenía su razón de ser. Hay que estar bastante malograda por dentro para estar dispuesta a jugar con la libertad de un ser humano y con la causa humanitaria de todo un país.