Presumo
que los matrimonios “de hecho” también entramos en el grupo de los “torcidos”
(junto a los gays, los polígamos, los poliamantes, las lesbianas, los
bisexuales y hasta los divorciados, por qué no). Así las cosas, lo de torcida
lo recibo como un cumplido, no faltaba más. Prefiero asumir de entrada la
imperfección que sugiere la torcedura a tener que cargar con el peso terrible
de la ilusión de rectitud.
La pretensión (o jactancia) de vivir en línea recta es, en el mejor de los casos, una ilusión de las más ingenuas. Generalmente, cuando viene de un alma ya pasada por el crisol de la experiencia, no es más que una gran hipocresía.
Una de las características más ridículas de la mayoría de los políticos y los medios de comunicación, es esa noción simplona de perfección familiar que les encanta exhibir y fomentar. Como si nosotros, los espectadores, no supiéramos que vivir en familia (al igual que vivir en sociedad) es tan hermoso como espinoso; tan extraordinario como ordinario; tan natural como quebradizo; tan amoroso como restrictivo. No existe una sola familia perfecta, eso lo sabe todo el que tenga una. Y sin embargo, a pesar de que saben que todo el mundo ya lo sabe, muchos políticos y medios insisten en meternos por ojo, nariz y boca esa estampita boba de mamá abnegada, papá caudillo e hijitos siempre dóciles y bien comportaditos. Nadie deberá ser gay ni lesbiana ni vivir en concubinato en la vida pública porque esas maneras tan orgánicas, tan comunes y, sobre todo, tan íntimas de ser familia se pagan demasiado caro en ese zoológico humano que es la política partidista en Puerto Rico.
Yo a esa gente tan artificiosa le llamo los La-la Land en referencia al lugar donde me parece que habitan.
Lo peor de todo -insisto- es la gran hipocresía que representan. Porque, en el fondo, los que se desbocan hablando en contra de nosotros los torcidos (ya ven, ¡me encanta ese término!) lo son ellos mucho más. Es más, ni siquiera son torcidos. Sería mucho más apropiado llamarles “los retorcidos”.
La pretensión (o jactancia) de vivir en línea recta es, en el mejor de los casos, una ilusión de las más ingenuas. Generalmente, cuando viene de un alma ya pasada por el crisol de la experiencia, no es más que una gran hipocresía.
Una de las características más ridículas de la mayoría de los políticos y los medios de comunicación, es esa noción simplona de perfección familiar que les encanta exhibir y fomentar. Como si nosotros, los espectadores, no supiéramos que vivir en familia (al igual que vivir en sociedad) es tan hermoso como espinoso; tan extraordinario como ordinario; tan natural como quebradizo; tan amoroso como restrictivo. No existe una sola familia perfecta, eso lo sabe todo el que tenga una. Y sin embargo, a pesar de que saben que todo el mundo ya lo sabe, muchos políticos y medios insisten en meternos por ojo, nariz y boca esa estampita boba de mamá abnegada, papá caudillo e hijitos siempre dóciles y bien comportaditos. Nadie deberá ser gay ni lesbiana ni vivir en concubinato en la vida pública porque esas maneras tan orgánicas, tan comunes y, sobre todo, tan íntimas de ser familia se pagan demasiado caro en ese zoológico humano que es la política partidista en Puerto Rico.
Yo a esa gente tan artificiosa le llamo los La-la Land en referencia al lugar donde me parece que habitan.
Lo peor de todo -insisto- es la gran hipocresía que representan. Porque, en el fondo, los que se desbocan hablando en contra de nosotros los torcidos (ya ven, ¡me encanta ese término!) lo son ellos mucho más. Es más, ni siquiera son torcidos. Sería mucho más apropiado llamarles “los retorcidos”.
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