Saturday, October 3, 2009

La plancha


Recuerdo a Sara María revisando con obsesión aquel ensayo sobre por qué debía estudiar Arqueología. Muerta de nervios, acechaba con preguntas a las maestras mientras esperaba las decisiones de las universidades.

Era especial, un modelo para las menores, que siempre la creíamos grande en todo el sentido de la palabra. A mí me gustaba verla quejarse con aquella violencia sobre las clases de Religión. "Aquí no enseñan nada", decía. "Tanto catolicismo y somos las más ignorantes del mundo en Religión porque sólo aprendemos a no creer en el aborto".

Era brillante y era radical. "Qué sé yo", contestaba cuando las otras muchachas le preguntaban cómo imaginaba su boda, su vestido. Las miraba con una cierta lástima y sentido del ridículo. Luego se paraba y se iba a jugar voleibol, a veces hasta nos dejaba jugar con ella.

A quince años de distancia, he desarrollado una especie de fobia a visitar el centro comercial a la hora de almuerzo. Allí siempre está Sara María, con unas uñas perfectas, tan perfectas que casi pasan inadvertidas en su transparencia. Sus rizos rubios, tan radicales, son ahora los mechones más lisos del mundo. Sara María va siempre al mando de un par de coches y asistida por una nana (como en las telenovelas). La he visto a lo lejos, inspeccionando cada artículo fino con la misma curiosidad con que antes inspeccionaba el mundo.

Algunos domingos son terribles. Abro el Magacín y ahí está Sara, siempre grácil y bella, siempre con algo de aquella fiereza en la mirada, siempre anunciada en la brevedad de un calce como la cómplice fiel de su marido el empresario, abogado, médico, qué más da.

Vuelvo a obcecarme con sus uñas casi transparentes, el borde pálido imponiéndose en el cuadro con una discreción casi inconcebible. La imagino sentada en el salón mientras le pasan la plancha, pasando los dedos por las páginas brillosas de una revista que le prometa algo nuevo, que le sugiera ideas, que le haga más dulce la espera.

Qué violenta la adultez, pienso. Y la vida, cómo será cargando siempre entre las manos esa copa infalible de champán francés.

 

 

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