Sunday, November 7, 2010

Amor farmacológico para el desamor



La noticia -global, excesivamente entusiasta con sus titulares rosados- me dejó desconcertada: acaban de inventar una pastilla contra el desamor.

No contra la depresión, que es -en efecto- una patología. Al parecer, ese negocio ya está explotado. Ésta será contra el rastro natural del amor: ese delirio tortuoso que siempre había parecido un achaque inevitable de vivir.

Detrás de esta conspiración hay unos científicos austriacos que alegan que el desamor “pone en riesgo la seguridad, convirtiéndolo en una amenaza social”. No quiero ni saber la historia de estos señores. Seguro tienen sed de venganza por unos amores muy escabrosos. Es como único puedo explicar ese afán de destruir el indescifrable y viejo desamor de siempre. Imagino a estos austriacos muy taciturnos, sus miradas perdiéndose en un punto del laboratorio, cada uno tratando de conservar con ferocidad la poca concentración que deja la ansiedad del amor, sólo para mantener viva la posibilidad de su invento.

Se trata de una pastilla de serotonina, la sustancia neurotransmisora que provoca la sensación de amor. Se supone que, tan pronto como usted empiece a sentir los primeros rastros de melancolía después de una angustia romántica, se toma la pastilla, y esa sensación de desarraigo, casi de enfermedad, deberá dar paso a no sé qué: la felicidad química; acaso una extrañísima exaltación del abandono y la soledad. No lo explican lo austriacos.

Tal vez estamos regresando a la época clásica, cuando Hipócrates clasificó la melancolía como una enfermedad que consistía esencialmente de dos elementos que ahora sabemos atemporales: la tristeza y el miedo. Si se prolongan, es melancolía, sentenció.

A principios del siglo XX, Sigmund Freud sostuvo que la mayoría de las pérdidas amorosas se sufren mediante un duelo que no llega a instalarse en lo patológico. Porque, un buen día, se supera. Pero es dañino perturbar el proceso, subrayó.
Estuve muy indignada pensando cómo la farmacología asume cada vez más plasticidad; cómo una nimia pastilla puede amenazar con cambiar la vida.

Pero ahora sé que es un gran bluff. Esperemos a que el primer sufrido sea medicado. Bien empepado lo quiero ver cuando le llegue la hora de escuchar su primer bolero pos-dejada, vacía la primera copa.

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