A veces observo al Gobernador. No importan
las canas, siempre veo al mismo adolescente desentendido, afásico un segundo
después del lugar común, un muchacho muy simpático en el lugar inadecuado,
padeciendo su propia precocidad.
En el
fondo, a veces hasta disfruto viéndolo repetir el sonsonete de rigor: “otros ven crisis; yo veo
oportunidad” o “este es el momento de unirnos como
país”. (En serio, ¿quién escribe estas genialidades en Fortaleza? A veces me pregunto si es adrede
que quieren volverlo cada vez más predecible).
Sin embargo,
eternamente optimista, siempre tengo también esta esperanza breve de que el joven
se crecerá. Como ayer. Endi.com me despierta con una alerta que, a esa hora de
la madrugada, una cree que es de tsunami, algo urgente y terrible. Resulta que
renunció el superintendente de la Policía. No sé por qué pienso que es una
oportunidad para ver al muchacho de Fortaleza crecerse. ¿Lo habrá botado?, me
pregunto. Hasta prendo la tele.
Pero qué va. Resulta que el Gobernador dice que ni
sabe por qué Tuller se fue. Es como todo. Anticipas una escena rica, suntuosa, con
su dosis justa de drama. Pero, cuando vienes a ver, todo sigue igual de venido
a menos.
Como el fin de semana pasado. El Bosque del Pueblo
ardiendo, un batallón de bomberos entregados en cuerpo y alma a apagarlo; el
País llorando su pérdida, indignado con los criminales de la naturaleza; Casa
Pueblo levantándose, levantándonos en medio de la adversidad, evocando en el fuego
del bosque una metáfora brillante de reconstrucción nacional. Una ya creía que el
lunes todo se sentiría distinto, más sentido de propósito, trascendencia
colectiva.
En el momento de mayor ensoñación, te asaltan en la
mañana del lunes con la noticia de que las agencias de ‘ley y orden’ se
dedicaron afanosamente el fin de semana a allanar un pulguero en Mayagüez. El
saldo fue reportado con un tono que me pareció levemente heroico para la
ocasión: 600 cedés pirateados, 18 boletos de tránsito, 12 jueyes salvados de la
olla.
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