Friday, September 5, 2014

Suicidios



Colecciono noticias sobre suicidios. Llevo años en eso, siempre pensando que un día voy a atreverme a escribir una nota sobre ese acto oculto que tanto nos espanta y del que muy poco hablamos.

Nunca olvido a aquella mujer que hace unos años agarró en brazos a su bebé de un año y se tiró ventana abajo desde su apartamento en Trujillo Alto. Ni olvido la sensación límite de impotencia cada vez que alguien me confesó su deseo de suicidarse, el miedo a la mortificada idea de decir una estupidez, balbucear un cliché inútil, alguno de los lugares comunes más temibles del léxico. Cuando alguien te decreta su deseo de morir, nace otra ausencia, el mundo trata de descomponerse y el nombre de ese cuerpo desprovisto se te inscribe en la sien. 

Las notas de prensa son parcas como un telegrama. Mencionan el nombre del ‘sujeto’, el lugar y horario de los hechos, la modalidad de muerte, todo muy puntual y genérico. Y una se queda con sus preguntas, con ese trago espeso, con el letargo. Y una certeza muda, la culpa afásica, innombrada, de que algo tuvimos que ver en esa historia que se construye en la memoria mediática como algo remoto, personal, casi aislado.

El profesor Keating, de Dead Poets Society, interpretado por el genial Robert Williams, decía que “la medicina, el derecho, los negocios, la ingeniería son actividades nobles y necesarias para sostener la vida. Pero la poesía, la belleza, el romance, el amor son las razones por las que permanecemos vivos”.

La riqueza o pobreza de una sociedad no se miden solo con indicadores económicos. Se miden también en el sentido de la belleza, en el deseo, en la empatía y la solidaridad colectivas.

Se estima que un millón de personas en el mundo se suicida cada año. En Puerto Rico, en 2014 ya han sido más de 99. La pregunta se nos impone. ¿Cómo se construye una sociedad para la vida?







Conspiración




En medio de este eterno regreso de discusiones estériles sobre nuestro “estatus”, ha surgido la noticia de que Julia de Burgos, poeta, nacionalista, pudo haber fallecido a causa de una experimentación médica de las muchas que el gobierno de Estados Unidos ha utilizado por años para hacer daño a personas ‘sediciosas’.
Rápido proliferan las reacciones de que esta es otra “teoría de conspiración” de independentistas. Mientras el país tiene que tragarse la inapetente discusión de los populares sobre sus misteriosas fórmulas de estatus, resulta que los independentistas tenemos “complejo de persecución”.
En efecto, ahora habrá que ahondar en la investigación sobre las causas de muerte de Julia de Burgos. Sin embargo, lo que reluce cuando se descarta el asunto como una teoría de conspiración es una ignorancia apabullante. A nadie que conozca la historia de Puerto Rico puede parecerle insólita esta alegación. A fin de cuentas, el tiempo siempre le ha dado la razón al independentismo que denunció crímenes terribles que por mucho tiempo no espantaron a nadie.
No resultó ser un invento nacionalista que, en los años 30, el Dr. Cornelius Rhoads deliberadamente inyectaba células cancerosas a pacientes puertorriqueños porque esta isla “sólo sería habitable si se exterminaba esta raza”. Como tampoco lo fue el asesinato lento de Pedro Albizu Campos, torturado por las autoridades puertorriqueñas y federales, sometido a radiación involuntaria en la cárcel, contagiado con tuberculosis. La suerte de otros nacionalistas presos fue la misma.
Tampoco fue una fantasía paranoica que a Lolita Lebrón la enviaran 8 meses a un hospital psiquiátrico mientras estaba presa en Estados Unidos, sin evidencia de que necesitara semejante tratamiento. Lolita llegó a contar con mucha lucidez aquel momento, así como parte de las torturas a las que fue sometida, incluyendo la misma irradiación de rayos que denunciaban otros nacionalistas.

La única fantasía sobre la posibilidad de que Julia de Burgos también haya sido víctima de una experimentación médica perversa, es la de descartar que esto sea creíble. Lo único insólito es que, con la experiencia acumulada, no lo hayamos sospechado antes.   

Fútbol, Kafka y libertad


De nuevo esta fecha tan extraña. 4 de julio, un día que siempre trata de borrarse en alguna playa atestada de gente. Este año lo pasamos ante la gran pantalla del Mundial. El fútbol en estos días es un gran lenguaje para acercarse al mundo.

Este día siempre me es agridulce. No importa que haya pasado toda mi vida en esta misma circunstancia, todavía no entiendo cómo es posible que, a estas alturas del siglo XXI, no seamos un país independiente. Todavía siento el malestar diario de tener que llevar una vida de adulta, con todas las libertades y responsabilidades que ello conlleva mientras, simultáneamente, debo vivir en esta eterna infancia política. Hay algo muy atroz ahí. La paradoja es perversa. No es tan clichoso reclamar el trasunto kafkiano. Vivimos tratando de encontrarle significado a este “proceso” impuesto, tan invasivo y tenaz. Su propia prolongación marañosa nos consume a diario sin llegar a comprenderla nunca, sin la posibilidad de avanzar, de culminar, de deshacernos de ella y arribar a un estado más alto.

Si algo tienen en común todos los equipos que participan en la Copa Mundial es un día de independencia. En honor al mejor lenguaje colonial, tras sus gestas libertarias, de ser terroristas según sus imperios, ahora cada pueblo tiene a sus mártires, héroes y heroínas de ‘la Patria’. El próximo será Cataluña, cuya independencia ya se vislumbra inevitable y marcará el final retrasadísimo de la colonización española.

Por eso me está gustando tanto este Mundial, porque es ver al fin, en el sofisticado lenguaje del fútbol, las pequeñas justicias simbólicas del mundo.

Los grandes han ido quedando atrás. Las viejas colonias, Costa Rica, Chile, Colombia, Argentina, Brasil y Uruguay derrotarían paciente, suculentamente a los colonizadores. Cayó España, cayó Inglaterra, cayó Portugal y ahora cayó Estados Unidos.

En un once pa’ once, en un solo cerco y en un solo lenguaje: el de las patadas. En este día, así es que me gusta almorzarme al imperio de mi vida.