No es fácil ser feminista practicante. Un buen día te encuentras criticando excesivamente el traje de la “primera dama”. Sabes que es abominable lo que haces, no solo por lo superficial sino porque nadie critica las corbatas ni camisas de los hombres (tampoco son tan interesantes, de acuerdo). Mucho menos la figura. Pero no puedes contenerte. Es una fuerza de la que no puedes escapar. Aclaro que no critico pesos ni cuerpos. De hecho, la primera dama es una mujer bellísima. Critico un traje feo si lo veo insistentemente por todos los medios del País y lo hago a modo de estricta broma.
Sin embargo, lo del traje de Wilma solo me recuerda que ya mismo empiezan los reportajes de las candidatas a “primeras damas”, las sesiones fotográficas vestiditas todas en colores virginales y sus insufribles entrevistas sobre “los nenes”, los defectitos adorables de sus maridos y las historias de cómo se conocieron (en la iglesia o escuela, por supuesto), cómo se hicieron novios y, por supuesto, se casaron, que no hay desenlace más honorable para la administración del amor.
Creo que, antes de que empiecen estas tradicionales baboserías de año electoral, todos y todas (periodistas, directores de campañas, mujeres, hombres, candidatos, candidatas) debemos repensar cómo podríamos hablar del rol de estas mujeres en la vida política sin convertirlas en un grupito de bobas con un discurso de parque infantil, no apto siquiera para una revista de ideas para la decoración. Estoy segura de que estas mujeres no son ningunas bobas, lo cual empeora la situación pues hasta las más progresistas se sienten obligadas a actuar como tal. Incluso, estoy segura de que algunas deben ser las primeras asesoras de las campañas. Como suelen ser las parejas en relación a los proyectos de uno y otro.
Tengo buenas noticias. Al menos esta vez nos vamos a ahorrar dos suplicios de estos gracias a las candidaturas de María de Lourdes y la Lúgaro. Así que no todo está perdido. Usemos esta magnífica coyuntura en que tendremos dos mujeres candidatas a la gobernación para liberarnos por fin del reportaje infantilizante de las buenas esposas del mundo.
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