Publicada en El Nuevo Día en julio de 2010
Los neo-generalísimos del país nos han pedido que seamos modositos por la honorable presencia de nuestros invitados de los Juegos Centroamericanos; que hagamos un paréntesis de la indignación, nos atragantemos las protestas por la brutalidad policíaca, por la violación de derechos civiles, por la descuartización de la educación pública y actuemos como si este fuera un país bienaventurado, por lo menos hasta que los invitados hagan como que se van.
Quise hacer caso, y pensé: ‘En el preludio de estos Juegos, y recién habiendo finalizado la extraordinaria Copa Mundial de Fútbol, ¿qué podría contarles a nuestros invitados?”
Me decidí por algo que, sencillamente, me mata de orgullo. Muchos habrán visto cómo Nelson Mandela causaba torbellinos de emoción entre la muchedumbre del Mundial cada vez que acudía a los juegos. La vida de Sudáfrica se puede contar antes y después de Mandela, quien se rebeló contra el Apartheid y, por lo mismo, pasó 27 años en prisión, antes de llegar a ser el primer presidente negro de África del Sur.
Quiero decirles a nuestros invitados que, aunque ustedes no lo verán en la inauguración de los Juegos, los anfitriones de los XXI Centroamericanos y del Caribe también tenemos nuestro Nelson Mandela. Se llama Rafael Cancel Miranda y durante 25 años fue prisionero político en las cárceles de Estados Unidos, por revelarse contra la tiranía del colonialismo, al igual que nuestra heroína nacional, Lolita Lebrón, Andrés Figueroa Cordero e Irving Flores.
Los guardias penales lo recibieron en 1954 rompiéndole los dientes, y eso sólo sería el preludio de años de torturas, aislamiento en calabozos, prohibición de visitas y el hostigamiento y humillación sistemática a su familia.
Pero un héroe es el que, aún cuando ninguno de sus pares lo está viendo, cuando ha sido enterrado vivo en el olvido por su peor opresor, no abandona sus ideas ni valores. Y los de Rafael Cancel Miranda han sido la dignidad y la libertad.
Este domingo cumple 80 años. Yo lo veo llegar a los portones de los universitarios en huelga, a cada acto patriótico, igual de erguido que siempre, y pienso que son muy pocos los que pueden llegar a esa edad con la certeza de que han sido hombres libres.
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