Friday, May 28, 2010

Gato

“Te extraño tanto que duele. El Gato”. No sé si me conmovió más la angustia irrebatible del mensaje o el resguardado anonimato de su destinataria (o destinatario). La fórmula se enriquecía también con el escenario de su aparición pues esta declaración no está en una pared de Santa Rita sino en una parada de guagua rural, camino de Comerío.

“Te extraño tanto que duele. El Gato”.

El dolor casi desgarrador de esa oración tan simple, pero tan contundente, me desconsoló. Y, como si no tuviera suficiente en qué pensar, comencé a cuestionarme la situación de este individuo.

¿Le escribiría a una mujer que toma la guagua a menudo o es que ese fue simplemente el lugar donde lo invadió el pánico, la extrañeza, ese vacío sublime de los amantes contrariados? ¿Cuánto habrá demorado ella en ver el mensaje? ¿Qué habrá dicho, sentido, pensado? ¿Estarían juntos, habrán tenido un hijo, una casa, compartido un desayuno, o será un amor absolutamente fallido?

Qué manera de perder el tiempo, me reclaman. Precisamente vengo de un encuentro donde los amigos se cuestionaban el significado del arte. Casi le ponen cláusulas y pre-requisitos al asunto. Los más “naive” decían que es la búsqueda de la belleza, esa cosa tan sobreestimada. Otros, que es la materia de lo invisible.

Y ahora, en esta tarde lánguida como un domingo, no me importa si esa no era la intención de Gato pero sus siete palabras, asaltándome en dos oraciones, se me parecen más al arte que los requerimientos de mis amigos. Gato, mi arte público. Gato, mi poesía.

“Te extraño tanto que duele”. El dolor es excesivo, como el coraje de su letra, como la delicadeza de colocar su nombre y no el de ella, con esa certeza de que se sabrá destinataria.

Me deleito en mi encuentro fugaz con esas siete palabras, y le guiño un ojo a Gato, a su graffiti, aunque nunca se entere. Por varios minutos, que con este artículo se vuelven horas, pierdo el tiempo pensando en él, y en todos los gatos que no lo escriben, pero les duele.

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