Sunday, May 16, 2010

Pañuelo blanco

Esta es una transeúnte con propósito. Una ciudadana que no anda de paseo ni merodeando sin un destino. No es exactamente una peatona pues se transporta en una silla de ruedas. Debe ver a sus médicos, realizar tareas profesionales, cumplir con familiares que viven por el lugar de los hechos. Es a todas luces una ciudadana de provecho.
La mujer no buscaba metáforas en las grietas de la ciudad ni en la otredad geográfica del cuerpo. Admiraba de reojo -como un efecto secundario- la renovación de Santurce, el nuevo estilo ‘boho-chic’ de ciertas zonas, cuando observó a la distancia un cruce peatonal con rampa y -además- medio artístico. Nada de insípidas franjas blancas sino diseño, losetitas de colores, un paso digno de un gran museo como el de allí. La ciudadana en cuestión, impresionadísima, quiso llegar a la rampa que la llevaría al otro lado de la calle.

Se apresuró a cruzar, aprovechando la aparición de la luz roja. Maniobró rápido por aquel paseo hermoso. Le era conmovedor, casi increíble, pensar que alguien (¿un triste burócrata de carreteras? ¿Un artista secuestrado en un cubículo?) hubiese sido tan condescendiente hacia una persona con sus necesidades.

Cambiaba de nuevo el semáforo cuando, para su sorpresa, la mujer concluyó el paso para encontrarse secuestrada entre el tránsito reanudado -sus bocinas y emisiones a un pelo de su espalda- y de frente, un imponente poste eléctrico. La rampa benévola que, en el otro lado, le había permitido cruzar la calle, de este otro brillaba por su ausencia. Ahora la historia era otra: el poste y ella. Y entre ambos -como una opción imposible- el tremendo escalón para incorporarse a la acera.

Pudo haberse rendido a la tentación de la metáfora obligada. Pudo haberse dicho ‘este es mi país: un lugar atractivo en punto suspensivo; un camino sin destino’. Pero su peligrosa situación en medio del tráfico animal la obligaba a preservar su vida. Se pegó lo más que pudo de la acera, y en un acto que no parecía especialmente salvador, sacó algo de su cartera. Levantó muy alto su brazo y, con ese impulso de la esperanza, ondeó un pequeño pañuelo blanco.

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