Sunday, September 4, 2011
Adefesio
El correo electrónico llega con toda la seriedad del mundo. “Representante David Bonilla Cortés propone instalar Estatua de Cristóbal Colón en Desecheo”. No sé por qué escriben estatua con mayúscula pero eso es lo de menos. Lo que me impresiona es el formato de seriedad de este mail, su comunicado de prensa adjunto, la sobria redacción de la resolución presentada en la Cámara de Representantes.
Obviamente, me mata de risa. Lo trágico es que una sabe que más bien es para llorar. Dicen que lo peor es un inepto con iniciativa. En Puerto Rico se han instalado en la Legislatura y, cuando encuentran dónde escarbar un contrato jugoso para un “colaborador”, no les importa ni hacer el ridículo.
Me impresiona la sinceridad de la resolución: “La famosa estatua de Cristóbal Colón tiene una altura de 90 metros, dos veces mayor que la estatua de la Libertad sin su pedestal... Fue construida por Zurab Tsereteli en 1991 como parte de un regalo a los Estados Unidos por los 500 años del descubrimiento del Nuevo Mundo. Según el escultor ruso, su obra tenía que ser erigida en Nueva York, pero las autoridades rechazaron tal regalo, al igual que Baltimore, Miami y otras ciudades. Las razones para la negativa eran económicas y el aspecto de la estatua”.
No hay que ser doctor en Filosofía para preguntarse: ¿Y qué hace en Puerto Rico ese adefesio que nadie quiso en EEUU?
Si no fuera porque nada más montar la estatuita de uno de los personajes más venidos a menos de la historia costaría más de 20 millones de dólares (sin entrar en los costos de habilitar la isla de Desecheo, al pie de uno de los canales más turbulentos e infestados de tiburones en el Caribe), pensaría que, en el fondo, la idea es una genialidad. No puedo imaginar un mejor final para esta larga y cruenta trama de la estatua. Sería un acto de justicia histórica que el memorial de Colón terminara en una islita salvaje de la última colonia de América, hasta ser carcomida por el salitre, por la lluvia y el silencio de uno de los lugares más luctuosos del Archipiélago. Si tan solo, junto a la estatua, pudiéramos enviar también a los “honorables” de la Legislatura, la justicia sería completa.
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