Wednesday, September 21, 2011

Ambidiestro


A veces debo verlo ahí parado frente a las cámaras. Es una de las actividades más repulsivas pero, al mismo tiempo -extrañamente- siempre hay algo que me incita a inspeccionarlo. Si pudiera, le quitaría el audio a la tele (total, lo verdaderamente interesante es lo que no dice) y analizaría tan solo su imagen de hombre inexpresivo, aburrido hasta la médula, siempre incómodo en cualquier escenario.

Cada vez lo siento más inseguro, como si nunca tuviera certeza de nada de lo que dice. Parece un gobernador de “brief”. Le van resumiendo las cosas pero él no domina nada en profundidad. Mientras más incierto, más contrae el rostro asumiendo toda la seriedad del mundo. Es una seriedad sin carácter. Un estreñimiento realmente. Es un hombre desabrido que ni siquiera da una señal de aspirar a salir de su insipidez.
Pero lo peor de todo es que, con su carita de inapetente, el gobernador de Puerto Rico actúa exactamente como los maltratantes más clásicos en los casos de violencia doméstica.

La semana pasada, en una especie de código ambidiestro, el Gobernador parecía decirles (muy con las muelas de atrás) a sus superiores en el Departamento de Justicia federal que no tardaría en implantar una reforma en la Policía a raíz del devastador informe rendido por esa agencia en torno a las crasas y sistemáticas violaciones de derechos civiles de la uniformada puertorriqueña. Y sin embargo, al referirse a los policías como “héroes” y coronar su malestar público con el nombramiento de Marcos Rodríguez Pujadas para “supervisar” la violencia policíaca, el Gobernador envía un mensaje furtivo pero muy claro a quienes protestan en este país. Como quien dice: “Ahora sí que se van a joder”. Al mando del hombre que “sacaría a patadas” a los estudiantes de la Universidad -el verdadero constructor del terror desde Fortaleza- la reforma de la Policía es una gran farsa.

Como los agresores clásicos, delante del “supervisor” que viene a pedir cuentas, el Gobernador dice: “Oh, cómo la amo. Esto no volverá a ocurrir”. Y tan pronto como se voltea, nos cae a golpes dos veces. Primero por lo que ya nos merecíamos y, segundo, por habernos atrevido a dar la queja.

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