Friday, February 17, 2012

Eleonora


Con el inicio del año electoral comienza mi sufrimiento. En esta breve colu no caben todas las patologías que experimento en estos meses trágicos. Una de las más exacerbantes es el pánico a priori a los reportajes y entrevistas a mujeres candidatas o -peor aún- a las esposas de los aspirantes. Son cada vez peores. Vamos, son de terror. Moda, cirugías plásticas, estatus amorosos, confidencias domésticas, recetas predilectas, el cuento de cómo se conocieron. Cómo olvidar a aquella esposa independentista que, en las últimas elecciones, nos sorprendió con una inaudita facilidad de palabra para contar sus intimidades, dejándonos saber que la pareja de patriotas gustaba de hacer el amor al aire libre en los cayos de La Parguera.

A pesar de la sexualidad manifiesta de muchas, estas mujeres están siempre, “en lo personal”, en contra del aborto. “Jamás” se han hecho uno (ajá…).

Siempre me quedo esperando la entrevista en la que la mujer en cuestión se despoja de toda estupidez, o de esa seudo-beatería afectada, y nos sorprende con unas declaraciones realmente radicales. Algo que nos emocione, que nos libere, que altere el estatus de bobería perenne de este país.

En mi lamento estaba cuando, en las páginas de El País, me topé con una mujer de gobierno que (¡al fin!) ha dicho, no sólo que cree en el aborto sino que se ha sometido a dos.

Eleonora Menicucci es la nueva ministra brasileña “sin miedo”. Así conocen ya en el mundo a quien dirigirá la secretaría de políticas sobre las mujeres en un país donde, hasta la presidenta actual, siendo feminista, tuvo que prometer no tocar el tema del aborto para poder ganar las elecciones.

“Cómo voy a tener miedo a defender mis ideas después de lo que pasé en manos de los militares”, ha dicho Menicucci, guerrillera contra la dictadura en los años setenta. “A mi hija de un año y ocho meses la torturaban ante mis ojos”. Cómo tener miedo.
Aquí, las doñas, emperifollás, dirán que quieren cambiar las cosas. Pero cómo cambiarlas si se tiene miedo. Alguien tendría que estar dispuesta a liberarse. Tal vez este año ocurra el milagro.

Monday, February 13, 2012

Márilyn


Adoro la forma como Marilyn va enfureciendo según se acerca el 14 de febrero. Todos los años es lo mismo: “La comercialización del amor”, “el gasto bobo”, un rollo que se extiende en un discurso elocuente, radical, estupendo.

“Tienes razón”, la consuelo siempre, cuando las muchachas de la oficina la miran con abominación, como si sus comentarios pudieran anular el arreglito que arriba triunfal a la oficina, la cajita de chocolates, la cenita “romántica”.

Se lo digo por solidaridad pero, en el fondo, también por convicción. Me fastidia que quieran dictármelo todo, hasta el día en que debo celebrar el amor. Y me parece ordinario que los amantes se regalen cosas el día en que media humanidad hace exactamente lo mismo. Pero también tengo claro que yo debiera vivir en la luna.

“¿Y qué hay con esa infantilización tremenda?”, arremato para ayudar a Marilyn, para que no se quede sola en su causa. “¿O de dónde han salido tantos peluches y tantas bombas con mensajitos ñoños? ¿Dónde fue a tener el simple ramo de rosas rojas?”.
Lo que me sobresalta de San Valentín no es “la comercialización del amor”, ni esa gastadera con la que, según ella, podríamos erradicar el hambre en el mundo. Es el acartonamiento mediático. Hasta las periodistas más serias se confabulan para convencerte de que un buen champagne y una cena con velitas es a como dé lugar una “cena romántica”, como si el amor fuera así de predecible y no errático ni enrevesado.

Marilyn elucubra sus teorías toda la semana. Las muchachas de la ofi vuelven a mirarla con extrañeza, susurran entre ellas. Y luego, cuando llega el día, jamás entienden cómo, después de tanta contrariedad, Marilyn va por los escritorios inspeccionando arreglitos, haciendo interrogatorios íntimos, recaudando chocolates sueltos.

Yo les guiño un ojo y les digo que así es Marilyn, que esa noche José Miguel llegará a su casa con la tímida e infalible cajita de chocolates (por si acaso). Le dará un beso y ella sentirá que lo quiere. Que en esos, sus breves gestos, no radica la felicidad pero sí la alegría de cada día.

Monday, February 6, 2012

Extrañeza



Las cosas se han complicado tanto. Tomar un café, por ejemplo. Hoy día hay que cuidarse de todo. Hasta de dónde se va a tomar una su café. Si ocurre que entras al lugar equivocado, el asunto puede volverse una telenovela: ¿venti, largo (que es corto), grande (que es mediano)? ¿Leche de soya, de vaca, baja en grasa, cero grasa, de almendras, cabra? ¿Azúcar morena, blanca, artificial 1, artificial 2, artificial 3?

El café con leche de siempre es una especie en peligro de extinción. Ahora hay que saber italiano para poder ordenarse el preciado estimulante. Y al final, a cambio de traumatizarnos para siempre con sus preguntas, nos cobran cinco dólares por un café irremediablemente jincho.

Y qué me dice de comprar una dona. Ya usted no puede comprar una dona, qué va. Esa se la regalan en la fila mientras espera para comprar sus docenas de donas, sus cientos de donas. Usted ahora puede comprar todas las donas del mundo si lo desea.
“Por qué”, he preguntado en la oficina en un acto genuino de búsqueda de la verdad. “Nena, por favor, no vale la pena dar el viaje para comprar una sola”.

Hombre necios que acusáis a la mujer sin razón. ¿No se dan cuenta de que ya no quieren vendernos una sola? No es negocio. Ya nada es negocio.

No es por llevar la contraria pero ¿qué tienen esas donas que no tengan las donitas Aymat, suaves, mantecositas como son, dulces sin ser empalagosas como sus nuevas homólogas industriales?

Últimamente todo es tan monumental, tan uniforme y ordinario, qué sé yo. Extraño las cosas pequeñas, inocuas. El café en una tacita normal, que nadie me exija comprar el pomo de mayonesa extra familiar, el de 64 onzas. Recorrer alguna calle sin tener que deleitarme con la estética estrepitosa de los restaurantes de comida chatarra, siempre intimidándome con su combo agrandado, siempre rigurosamente ubicados en el paisaje unos detrás de los otros.

Extraño algo, otra cosa. Porque, en esta masificación, a veces me pregunto si ya no somos pequeños, únicos, indelebles. Si ya somos como el pomo gigante de mayonesa, como las miles de donas que nos comemos, todas iguales y empalagosas, a la larga indigestas.