Monday, February 6, 2012

Extrañeza



Las cosas se han complicado tanto. Tomar un café, por ejemplo. Hoy día hay que cuidarse de todo. Hasta de dónde se va a tomar una su café. Si ocurre que entras al lugar equivocado, el asunto puede volverse una telenovela: ¿venti, largo (que es corto), grande (que es mediano)? ¿Leche de soya, de vaca, baja en grasa, cero grasa, de almendras, cabra? ¿Azúcar morena, blanca, artificial 1, artificial 2, artificial 3?

El café con leche de siempre es una especie en peligro de extinción. Ahora hay que saber italiano para poder ordenarse el preciado estimulante. Y al final, a cambio de traumatizarnos para siempre con sus preguntas, nos cobran cinco dólares por un café irremediablemente jincho.

Y qué me dice de comprar una dona. Ya usted no puede comprar una dona, qué va. Esa se la regalan en la fila mientras espera para comprar sus docenas de donas, sus cientos de donas. Usted ahora puede comprar todas las donas del mundo si lo desea.
“Por qué”, he preguntado en la oficina en un acto genuino de búsqueda de la verdad. “Nena, por favor, no vale la pena dar el viaje para comprar una sola”.

Hombre necios que acusáis a la mujer sin razón. ¿No se dan cuenta de que ya no quieren vendernos una sola? No es negocio. Ya nada es negocio.

No es por llevar la contraria pero ¿qué tienen esas donas que no tengan las donitas Aymat, suaves, mantecositas como son, dulces sin ser empalagosas como sus nuevas homólogas industriales?

Últimamente todo es tan monumental, tan uniforme y ordinario, qué sé yo. Extraño las cosas pequeñas, inocuas. El café en una tacita normal, que nadie me exija comprar el pomo de mayonesa extra familiar, el de 64 onzas. Recorrer alguna calle sin tener que deleitarme con la estética estrepitosa de los restaurantes de comida chatarra, siempre intimidándome con su combo agrandado, siempre rigurosamente ubicados en el paisaje unos detrás de los otros.

Extraño algo, otra cosa. Porque, en esta masificación, a veces me pregunto si ya no somos pequeños, únicos, indelebles. Si ya somos como el pomo gigante de mayonesa, como las miles de donas que nos comemos, todas iguales y empalagosas, a la larga indigestas.

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