Toda
la vida escuché como un mantra inapelable aquel “¡Dios nos libre de ser una
república!”. “Para qué”, me decían espantadas ciertas señoras, en un tono más sentencioso
que interrogativo. “¿Tú no sabes como están esas repúblicas por todo América latina?”.
A mi
cortísima edad, no era fácil responder a aquellos planteamientos pues, en
efecto, la América latina era un continente sumido en la pobreza, en la
corrupción, un lugar desamparado. La sensación de salvación de estas doñitas era
difícil de atacar.
Hace
ya años que la mayoría de los países latinoamericanos vivieron el colapso de
sus economías y admitieron el gran fracaso de las políticas capitalistas bárbaras,
las más primitivas, coronadas por el robo y la privatización. Comprobado el descalabro,
nosotros en Puerto Rico no hemos hecho más que seguir hundiéndonos con
gobiernos conservadores, corruptos, que siguen apostando a la privatización como
si esta no hubiese fracasado estrepitosamente en toda la región.
Para
haber vivido con tanto pánico de parecernos a nuestros vecinos, la realidad es
que aquí cada vez nos parecemos más a aquella América latina de terribles
desigualdades económicas, de corrupción y autoritarismo rampante de finales de
siglo. De un tiempo a esta parte, usted va a los parques del Condado y se
encuentra las sirvientas uniformadas como en las novelas de Televisa, cuidando
a los hijos de los ricos. Si averigua un poco, verá que las escapadas de la
clase alta puertorriqueña son cada vez más exóticas, el que no juega polo o
golf, se pasa las épocas de huracanes vestido de astronauta, escocotándose por
alguna montaña de nieve.
Aquí
se dice que hay una crisis económica pero esa crisis es contra la clase media:
usted y yo. Sin incentivos contributivos, cada vez más explotada, desprovista,
pagando una vida de inflación permanente.
No lo digo
yo. Lo dicen los economistas más serios del país pero yo lo invito a mirar a su
alrededor, a entrar a las tiendas más caras de Plaza las Américas y hablar con
las dependientas, a ver las páginas sociales de las revistas, a observar el
mundo de los ricos y analizar si parecen estar en desgracia económica.
Mientras,
en Brasil, el gobierno de Lula da Silva sacó a más de 20 millones de personas
de la pobreza, aquí los pobres y la clase media son cada vez más pobres, más
explotados y -por tanto- más vulnerables al negocio de la droga y de la muerte.
Hoy
día nuestro problema es que no estamos ni siquiera ínfimamente cerca de parecernos
un poco más a Uruguay, un poco más a Argentina, un poco más a Brasil, a Venezuela,
a Perú, a Ecuador. Ya quisiéramos nosotros, en este naufragio permanente en que
vivimos, ser un poco más como cualquiera de esas repúblicas, todavía mejor
conocidas por muchos puertorriqueños como ‘republiquetas’.
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