La economía es bien curiosa, dice un poema del gran
Juan Gelman. “Estudio los índices de la tasa de inversión bruta/los índices de
la productividad marginal de las inversiones/los índices de crecimiento del
producto amoroso/otros índices que es aburrido hablar aquí/y no entiendo nada”.
Recuerdo esto al darme cuenta de que yo tampoco
entiendo nada. El muchacho de Fortaleza quiere que trabajemos más. Manda a
consolidar próceres de todo tipo para celebrar menos días de fiesta. Bien. Es
uno de sus pequeños gestos. “La ética del trabajo”, dice, muy correcto él. “Hay
que producir”. Pero no habla del crédito por trabajo que su gobierno propone
eliminar en este presupuesto.
Este crédito es un incentivo contributivo para las
personas que trabajan pero tienen salarios muy bajos con los que se les hace virtualmente
imposible la supervivencia. Aunque aún en Puerto Rico es una cantidad muy
reducida (de un máximo de $450 por persona), el crédito suplementa el ingreso del
empleado sin añadirle carga económica al patrono. Pero -tal vez lo más
importante- es un incentivo al trabajo formal, a esa decisión a veces bastante bizarra
de salir a trabajar a pesar de que el salario sea casi simbólico, equivalente a
lo que esa misma persona recibiría en ayudas sociales si decidiera simplemente
no trabajar.
Según el Centro para una Nueva Economía, este
programa fiscal ha sido determinante en otros países para reducir
significativamente la pobreza y lograr más justicia socioeconómica.
Aquí en Puerto Rico, sin embargo, el muchacho de
Fortaleza nos dice que, aunque tenemos
que trabajar más, los incentivos serán para estos personajes, “los millonarios”,
que parecen sacados de un reality show de Dubai o algo así. En vez de eliminar decenas
de incentivos corporativos que los economistas insisten no son productivos, de
nuevo la austeridad es para los que no tienen que más sacrificar.
“Al pequeño ahorrista del alma lo engañan en Wall Street”,
sigue aquel poema de Gelman. “Los sueldos de la ternura son bajos”.
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