Cometo la redundancia de leer un libro mientras viajo. Maguerite Duras, ese nervio de la naturaleza. No diré el título. Eso sería desnudarme y ya de por sí este texto breve revelará mucho más de lo que puedo soportar.
Lo importante es descifrar este prodigio: se puede viajar a muchos lugares en un solo tiempo. Darse cuenta de esto es información de primera necesidad.
El autobús me lleva por unos campos expansivos de cactus. Cientos de árboles espinosos sobre montañas áridas. Nunca había pisado este país. Pero lo conocía. Por sus libros y periódicos, por sus emigrantes y sus asesinados, por sus luchas, por sus ingredientes, por todo. Pero no es lo mismo saber que estar. Si viajo cuando puedo es para que me rinda un poco más la vida; comerme las ideas de la gente de por allá; ver cómo son las cosas.
Pero estoy viajando con un hombrón al lado y eso me ha distraído del paisaje, de las historias sobre los ancestros de este país. Vuelvo a mi libro. Duras no ayuda, siempre con esa insistencia en distorsionar tu sentido más pulcro, mítico, del amor.
El autobús va a llegar a su destino. La ventana de tiempo es muy breve, así que tiro el libro y me vuelvo donde el hombrón. Le hago todas las promesas del mundo.
Duda. Tengo que tomar decisiones drásticas. Anuncio que me niego a bajarme del bus sin él, o sin el olor hirviente de su cuello, que viene siendo lo mismo. Me mira con incredulidad. Pero también se ríe un poco y ahí ya yo sé que puedo empujar esto. Actúo rápido. Amenazo con retirarme fulminantemente del bolero, instalarme en la ranchera, no cederle el paso jamás. Va a mirar como buscando ayuda pero no lo hace. No sabe bien dónde posar la mirada, la arrastra por el piso brevemente pero sabe que el tiempo puede traicionarnos. Entonces agarra mi mochila en su primer acto de buena voluntad. Se somete. Este hombre puede encargarse de la paz del mundo.
Esto es lo que pasa cuando me da por leer en estos viajes. Viajo dos, tres, siete veces y me da como una fiebre. Delirante, puedo llegar a cualquier extremo con tal de afirmar el amor. Aunque los libros, imprudentes siempre, me lo sigan cuestionando.
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