Monday, January 28, 2013

Estrellada

 


Mari Mari Narváez

Ya había aprendido que agua y libertad estaban imbricadas. Como supe que, entre tanto que es la felicidad, está el sol. Que no existe quien no se quede sin un poco de aire, quien no imagine un futuro distinto cuando, ante toda la incredulidad del mundo, se va escondiendo esa esfera anaranjada, rosada; el astro más grande del universo.
La verdad, no sé si es el astro más grande pero me gusta decirlo con esta certeza. Sí sé que en cada puesta de sol, en la escena de cualquier mar calmoso,  resurge un amor, una idea, la radiografía de algo que alimenta la vida.
Pensé en esto leyendo el testimonio de Oscar López Rivera en su libro Entre la tortura y la resistencia: “En Marion yo salía al patio una vez a la semana y, desde allí, veía árboles, animales, pájaros. Oía el ruido del tren y el cantío de chicharras. Corría sobre la tierra y la olía. Podía agarrar yerba en mis manos y dejar que las mariposas me rodearan. Pero aquí no hay nada de eso”.
En otro fragmento, el prisionero político puertorriqueño, quien hoy, día de Reyes, cumple 69 años, 30 de ellos en el encierro, dice: “Algo que puedo decir es que solo veo la sombra de la sombra pero no el objeto. Así llevo unos cinco años, sin ver un cielo estrellado o la oscuridad de la noche…”.
Usted y yo lo sabíamos. Que un nuevo año iniciaría y la violencia seguiría tan atroz. Que caerían inocentes, y los gobernantes serían tan hipócritas y pasivos como el año pasado. Sabíamos que seguiríamos viviendo en este ámbito de fábula. Respirando hondo, tragando gordo, metiendo mano, qué remedio. Buscando la felicidad en otra parte. Usted y yo sabemos que no es mucho lo que podemos hacer para que la gente en la calle no se mate a tiros. Que no está realmente en nuestras manos.
Lo que sí está en nuestras manos es exigir la excarcelación de Oscar López Rivera. Usted y yo podemos proponernos que se nos escuche; que de este 2012 no pase que Oscar tenga su noche estrellada, un minuto después de su primera puesta del sol en 30 años.  











Saturday, January 26, 2013

Breve historia de una tanatomanía



“Junto a las manillas de un reloj, esperarán, todas las horas que quedaron por vivir, esperarán”.
-‘Por qué te vas’, José Luis Perales.


Estoy obsesionada con la muerte. Con todas ellas. No solo la muerte de los cuerpos sino también de las cosas. No me perturba la violenta transición del cuerpo al polvo, de lo material a lo no sabido. Tampoco es exactamente la repulsión de una pupila dilatada y lagrimosa, de un párpado flemático poniéndose para siempre.
Me obsesiona el abismo que dejan a su paso. Una, dos, cientos de historias que pierden toda posibilidad. Lo que no fue ni será, como dicen todos los boleros del mundo. Esa es la causa para este trastorno cada vez más serio. La expiración, como la distancia, siempre deja algo trunco, siempre algo -una especie de ‘It’- se queda suspendido en el deseo, en la evocación, en la ternura de alguien.  
Entonces está la extrañeza, que es la parte realmente criminal de todo esto. El diccionario es espantoso. Dice que extrañar es un sinónimo de desterrar. Y yo pensando todo este tiempo que era exactamente lo contrario. Pero ahora que se me ha revelado esta verdad terrorífica, me pregunto si es que se extraña como el preludio de un destierro. Si acaso extrañar es como la enfermedad, como el síndrome de retirada, como la toxicidad de un cuerpo: transitoria. Tenaz, casi insoportable pero efímera. La idea es problemática. Si, por definición, un preludio no puede ser eterno me pregunto qué son entonces esas extrañezas que duran para siempre. El lenguaje es tan ilógico. Y tan perfecto. Odio el lenguaje.
No conozco las mecánicas del destierro. Me reitero en una especie de resistencia porque no estamos hechos para hacerle pequeños monumentos al fracaso. Y eso es lo espeso.  Lo fúnebre.  Vil. Cuando sales a flote, cuando retomas el aire y vuelves al escenario de la vida y de los pájaros y del amor, ahí siempre ocurre otra muerte. Es un campo de guerra. Un holocausto.
Alguna gente fuma, bebe, miente, compra. Yo extraño las cosas que no son. Y protejo esta tanatomanía con la vida.

Fuga






No entiendo por qué sufro de esta forma cada vez que muere un escritor.
Cuando Saramago, leí que lo cremaban y, al otro lado de la computadora, sentí todo el destierro del mundo,  como si estuviera en el último lugar del planeta, lo más lejos posible de Portugal y Lanzarote y del autor ateo y tierno que radicalizó tantas ideas.
“Ya nunca podré ir a su tumba”, lloriqueé trágica. “Detenerme a leer los mensajes que pone la gente, a ver las banderas y las flores y las ofrendas más extrañas y alimentar mi vena melodramática, toda mi solemnidad, recordando tanta locura que dejó a este mundo”. 
Lo de Cortázar fue muy extraño. Yo tendría siete años y vi en la tele un carro negro muy grande con cristales oscuros. En la parte posterior, una cabecita calva con unos pocos pelos blancos. Aunque nunca lo vi de frente, me lo imaginé con unos espejuelos muy grandes y una risa alborotosa y tierna. Oí a mi mamá decir: “Lo mató la derecha”. Entonces no hice preguntas. Ya yo sabía perfectamente lo que significaba aquello. Me fui a mi cuarto y lloré desconsoladamente el asesinato de Cortázar, a quien yo tal vez no había leído aún pero quien yo sabía era un escritor muy bueno. Y revolucionario.
Sufrí demasiado. Todavía, si recuerdo aquel día, vuelvo a llorar un poco, como si Cortázar volviera a morirse. Todo esto para, hace poquísimos años atrás, enterarme de que Cortázar murió de leucemia, que nadie nunca lo asesinó. Quién sabe cómo armé esa muerte trágica para aquel escritor taciturno
Ayer fue Carlos Fuentes, uno de los primeros escritores que leemos de adolescentes en la escuela y a quien muchos seguimos leyendo. Es difícil equiparar la conmoción que provocan esos primeros escritores. Los rastros de esos libros son imposibles de remover. Por eso me sorprendí de nuevo sufriéndome su muerte como la de Cortázar, como la de alguien por quien yo sentía tanto sin saber exactamente por qué.
Y sin embargo, si por una muerte no debe una sufrir es por la de un escritor. Porque se mueren pero no tanto. Es lo que tienen las palabras: retribuyen la angustia, el dolor y la locura del oficio con esa pequeña fuga.






Republiquetas



Toda la vida escuché como un mantra inapelable aquel “¡Dios nos libre de ser una república!”. “Para qué”, me decían espantadas ciertas señoras. “¿Tú no sabes como están esas republiquetas por todo América latina?”.
A mi cortísima edad, no era fácil responder a aquellos planteamientos pues, en efecto, la América latina era un continente sumido en la pobreza y en la corrupción.  
Hace ya años que la mayoría de los países latinoamericanos vivieron el colapso de sus economías y admitieron el gran fracaso de las políticas neoliberales, las más bárbaras, coronadas por el robo y la privatización. Sin embargo, nosotros en Puerto Rico no hemos hecho más que seguir hundiéndonos con gobiernos conservadores, corruptos, que siguen apostando a la privatización como si esta no hubiese fracasado estrepitosamente en toda la región.
Para haber vivido con tanto pánico a ser como nuestros vecinos, la realidad es que aquí cada vez nos parecemos más a aquella Latinoamérica de terribles desigualdades económicas, de corrupción y autoritarismo rampante de los años 70 y 80. De un tiempo a esta parte, usted va a los parques del Condado y se encuentra las sirvientas uniformadas como en las novelas de Televisa, cuidando a los hijos de los ricos. Si averigua un poco, verá que las escapadas de la clase alta puertorriqueña son cada vez más exóticas. Ni hablar de los que pasan la época de huracanes vestidos de astronautas, escocotándose por alguna montaña de nieve.
La crisis económica es contra la clase media: usted y yo. Sin incentivos contributivos, cada vez más explotada, pagando una vida de inflación permanente.
Mientras, en Brasil, el gobierno de Lula da Silva sacó a más de 20 millones de personas de la pobreza, aquí los pobres y la clase media son cada vez más pobres, más explotados y -por tanto- más vulnerables al negocio de la droga y de la muerte. Hoy, nuestro problema es que no estamos ni cerca de parecernos un poco más a Uruguay, un poco más a Argentina, un poco más a Brasil, a Venezuela, a Perú, a Ecuador. Ya quisiéramos nosotros, en este naufragio permanente en que vivimos, parecernos un poco más a cualquiera de esas repúblicas, todavía mejor conocidas por muchos puertorriqueños como ‘republiquetas’.








Limbo


Un limbo suele concebirse como un estado temporero de suspensión, una especie de inercia que contiene la promesa de dejar de serlo.
Dice Carlos Iván Santos, uno de nuestros mejores coreógrafos y co-fundador de Andanza, que no sabe bien de qué trata su pieza ‘Interludio en el limbo’. Le parece que es algo bastante abstracto. Lo entiendo.
El Ballet Nacional de Cuba, de los mejores del mundo, invitó a Ballet Concierto y también a Carlos Iván al Festival Internacional de Ballet de La Habana. Seis bailarines del BNC ejecutaron su ‘Interludio en el limbo’. La experiencia fue inmensa y la prensa cubana entusiasta con la pieza del joven maestro, quien hace unos 15 años dejó el Boston Ballet para iniciarse en la aventura de Andanza.
A su regreso de Cuba, a Carlos Iván lo esperaba otro limbo: ese permanente en el que viven nuestras organizaciones culturales incluyendo a Andanza.
Las cosas han cambiado drásticamente en la última década. Artistas y organizaciones siguen en un estado brutal de precariedad. Aún así, cada día surgen más iniciativas extraordinarias pero su supervivencia siempre está en un limbo. No es que el gobierno tenga que controlar y financiar absolutamente estas industrias pero esta nueva administración tiene que ser capaz de asumir una responsabilidad seria con los recursos culturales del país. Empezar a ser generosa y eficiente con estos sectores y abrir los canales de acceso a las expresiones culturales a la gente más rezagada. No es aceptable que esta siempre sea la última prioridad, como si se tratara de un lujo. Estos son los proyectos que sostienen emocional e intelectualmente a este país.
Cuando un ciudadano no tiene un peso en el bolsillo, cuando está enfermo, deprimido, olvidado por el mundo, ¿deja de ser un ser cultural? La cultura, como el oxígeno, es lo único que nunca cesa. Cada vez es más posible (para algunos hasta deseable) desvincularse de los procesos políticos de una sociedad. Desvincularse de la cultura no es y nunca será posible.
Hay que exigir una reorganización de los recursos y estrategias de desarrollo de estas industrias. Uno de los grupos más vulnerables a la migración forzada son nuestros artistas.  Si existe alguien allá arriba, tiene que actuar. De hecho, ya está tarde para ello.