Toda
la vida escuché como un mantra inapelable aquel “¡Dios nos libre de ser una
república!”. “Para qué”, me decían espantadas ciertas señoras. “¿Tú no sabes como
están esas republiquetas por todo América latina?”.
A mi
cortísima edad, no era fácil responder a aquellos planteamientos pues, en
efecto, la América latina era un continente sumido en la pobreza y en la
corrupción.
Hace
ya años que la mayoría de los países latinoamericanos vivieron el colapso de
sus economías y admitieron el gran fracaso de las políticas neoliberales, las más
bárbaras, coronadas por el robo y la privatización. Sin embargo, nosotros en
Puerto Rico no hemos hecho más que seguir hundiéndonos con gobiernos conservadores,
corruptos, que siguen apostando a la privatización como si esta no hubiese
fracasado estrepitosamente en toda la región.
Para
haber vivido con tanto pánico a ser como nuestros vecinos, la realidad es que
aquí cada vez nos parecemos más a aquella Latinoamérica de terribles desigualdades
económicas, de corrupción y autoritarismo rampante de los años 70 y 80. De un
tiempo a esta parte, usted va a los parques del Condado y se encuentra las
sirvientas uniformadas como en las novelas de Televisa, cuidando a los hijos de
los ricos. Si averigua un poco, verá que las escapadas de la clase alta
puertorriqueña son cada vez más exóticas. Ni hablar de los que pasan la época
de huracanes vestidos de astronautas, escocotándose por alguna montaña de nieve.
La
crisis económica es contra la clase media: usted y yo. Sin incentivos contributivos,
cada vez más explotada, pagando una vida de inflación permanente.
Mientras,
en Brasil, el gobierno de Lula da Silva sacó a más de 20 millones de personas
de la pobreza, aquí los pobres y la clase media son cada vez más pobres, más
explotados y -por tanto- más vulnerables al negocio de la droga y de la muerte.
Hoy, nuestro problema es que no estamos ni cerca de parecernos un poco más a Uruguay,
un poco más a Argentina, un poco más a Brasil, a Venezuela, a Perú, a Ecuador. Ya
quisiéramos nosotros, en este naufragio permanente en que vivimos, parecernos un
poco más a cualquiera de esas repúblicas, todavía mejor conocidas por muchos
puertorriqueños como ‘republiquetas’.
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