Mari
Mari Narváez
Ya
había aprendido que agua y libertad estaban imbricadas. Como supe que, entre
tanto que es la felicidad, está el sol. Que no existe quien no se quede sin un
poco de aire, quien no imagine un futuro distinto cuando, ante toda la
incredulidad del mundo, se va escondiendo esa esfera anaranjada, rosada; el
astro más grande del universo.
La verdad,
no sé si es el astro más grande pero me gusta decirlo con esta certeza. Sí sé
que en cada puesta de sol, en la escena de cualquier mar calmoso, resurge un amor, una idea, la radiografía de
algo que alimenta la vida.
Pensé
en esto leyendo el testimonio de Oscar López Rivera en su libro Entre
la tortura y la resistencia: “En Marion yo salía al patio una vez a la
semana y, desde allí, veía árboles, animales, pájaros. Oía el ruido del tren y el
cantío de chicharras. Corría sobre la tierra y la olía. Podía agarrar yerba en
mis manos y dejar que las mariposas me rodearan. Pero aquí no hay nada de eso”.
En otro
fragmento, el prisionero político puertorriqueño, quien hoy, día de Reyes, cumple
69 años, 30 de ellos en el encierro, dice: “Algo que puedo decir es que solo
veo la sombra de la sombra pero no el objeto. Así llevo unos cinco años, sin
ver un cielo estrellado o la oscuridad de la noche…”.
Usted
y yo lo sabíamos. Que un nuevo año iniciaría y la violencia seguiría tan atroz.
Que caerían inocentes, y los gobernantes serían tan hipócritas y pasivos como el
año pasado. Sabíamos que seguiríamos viviendo en este ámbito de fábula.
Respirando hondo, tragando gordo, metiendo mano, qué remedio. Buscando la
felicidad en otra parte. Usted y yo sabemos que no es mucho lo que podemos
hacer para que la gente en la calle no se mate a tiros. Que no está realmente
en nuestras manos.
Lo que
sí está en nuestras manos es exigir la excarcelación de Oscar López Rivera. Usted
y yo podemos proponernos que se nos escuche; que de este 2012 no pase que Oscar
tenga su noche estrellada, un minuto después de su primera puesta del sol en 30
años.
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